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Tony Blair anuncia un plan para incorporar el Reino Unido al euro a partir del 2002

El primer ministro británico, Tony Blair, comenzó ayer su cruzada para incorporar definitivamente al Reino Unido en el gran proyecto europeo de integración en el euro, con una audaz propuesta para aceptar lo inevitable. Tarde o temprano, los británicos tendrán que admitir que en los próximos años deben renunciar a la libra esterlina y, con ella, a buena parte del orgullo nacional. Blair dijo ante la Cámara de los Comunes que el país podría iniciar el proceso de transición a la moneda única tras las elecciones del 2002 y previa celebración de un referéndum.

Blair declaró ante el Parlamento que la libra esterlina podría iniciar el camino de la desaparición tras la celebración de las próximas elecciones, previstas para el año 2002. El proceso sería el siguiente: celebradas las elecciones, se convocaría un referéndum en un plazo no superior a cuatro meses. Tras la consulta, con resultado se supone que positivo, se abriría una etapa de adaptación al euro, similar a la que ahora viven los Once países que han adoptado la moneda única, cuya duración sería de 24 a 30 meses. Tras un periodo de seis meses de circulación de ambas monedas, igual al ahora previsto para los Once, la libra esterlina desaparecería.El primer ministro presentó su plan de transición ante la oposición conservadora y los sectores tenazmente antieuropeístas que se han atrincherado para desafiar la corriente dominante en el continente. Las palabras de Blair no causaron sorpresa. El joven jefe del Gobierno neolaborista sólo vino a confirmar el propósito de su Gobierno de integrarse gradualmente en el concierto monetario continental.

Blair quiere habilitar todas las estructuras políticas y fondos necesarios para hacer posible la incorporación de Gran Bretaña al espacio monetario común en un periodo máximo de tres años, aunque siempre dependiendo del resultado de un referéndum específico.

La efigie de la reina

Para concretar este plan esbozado ayer, el líder laborista tropieza con una oposición considerable, dada la renuencia conservadora a adoptar una nueva moneda y, con ese paso, perder una de las más significativas señas de identidad nacional, profundamente enraizada en siglos de mentalidad y conducta colonialista en las esferas financieras mundiales.

Para el Gobierno de Blair, lo importante es comenzar a preparar lo que se perfila como la inevitable llegada del euro, una moneda que no contiene la efigie de la reina ni los emblemas más simbólicos del otrora poderoso imperio con su centro en Londres. Blair fue cauteloso. Dijo que todo depende de la voluntad popular, pero no cabe duda de que sus preparativos están bien definidos. Aunque no existen datos exactos sobre el volumen del presupuesto extraordinario requerido para la adaptación de las estructuras financieras del Reino Unido al nuevo sistema común, portavoces de los tres ministerios involucrados en el proceso de reformas, Economía y Hacienda, Seguridad social y Aduanas, han señalado que serán decenas de millones de libras esterlinas las invertidas en tal fin.

Entre las medidas que Blair considera más urgentes, a fin de lograr una transición lo menos traumática posible, se encuentra la modernización de los sistemas informáticos utilizados en las transacciones económicas y bancarias. Respecto a los gastos que serán necesarios, los expertos de la City (centro financiero londinense) estiman que rondarán los 1.000 millones de libras (1.280 millones de euros o 240.000 millones de pesetas).

Con su visión de cambio, Blair se expuso nuevamente a las críticas de la oposición conservadora, que ve la adopción del euro como una claudicación ante el poder de las economías continentales, particularmente amenazantes en el caso de Alemania y Francia. Por eso, nada más pronunciar su estrategia de cambio gradual hacia el euro, Blair quedó a merced de la artillería retórica de los tories. William Hague, el prematuramente calvo y poco carismático jefe del partido conservador, que ve la integración monetaria como una blasfemia que hiere el sentimiento nacional, calificó el plan como "innecesario, costoso y una pérdida de tiempo", y pronosticó una derrota del plan laborista en el referéndum sobre el euro.

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