Oportunidades
JOSÉ RAMÓN GINER Ha contado Fernández Santos en este periódico que, días pasados, en el festival de cine de Berlín, sobrevino un silencio intenso tras la proyección de Ça commence aujourd"hui, una hermosa y sobrecogedora película de Bertrand Tavernier que muestra el desastre al que se ven abocadas las clases más desfavorecidas de la sociedad y la despreocupación que las instituciones y las autoridades evidencian ante sus inquietudes y problemas. Yo también viví un silencio semejante el domingo, 14 de febrero, contemplando, en las páginas de este diario, la fotografía que mostraba a los padres de dos de las víctimas del síndrome Ardystil, asistiendo a un homenaje en su memoria, en el cementerio de Cocentaina. Mirando los rostros de aquella gente humilde, cobijada bajo los paraguas, en una fría mañana de un invierno de hace ya seis años, uno advierte tanta pesadumbre, resignación y dolor que se pregunta por el sentido de un juicio que ya resulta interminable antes de haber comenzado y que, sea cual fuere su sentencia, sólo habrá de servir para que las instituciones y autoridades justifiquen su despreocupación y su abandono y nosotros creamos que vivimos en una sociedad igualitaria y justa. Pero sabemos que no es así. Aunque las condenas que ahora se dicten o las indemnizaciones que se concedan a las víctimas hagan pensar que se ha hecho justicia, ninguna justicia puede restituirse a quienes de antemano estaban condenados a emplearse en unos talleres miserables, donde la falta de ventilación y de higiene provocarían la muerte de seis trabajadoras y la enfermedad en más de un centenar. Sin que pueda, en este caso, recurrirse a la fatalidad, al destino, al inevitable accidente laboral por cuanto el número de víctimas y de empresas implicadas, evidencia que las infames condiciones laborales que propiciaron el síndrome Ardystil eran una práctica habitual en las industrias de la zona. Pero Ardystil no es una dolorosa excepción. Los periódicos de estos días traen la noticia de que unas jóvenes de Villena, un grupo de adolescentes que apenas alcanzan los 20 años, afectadas por la parálisis del calzado -otra vez, las penosas condiciones de trabajo-, han sido dadas de alta por su mutua laboral en cuanto han podido caminar, sin someterlas a más reconocimientos sobre su salud, sin analizar si sus cuerpos siguen almacenando restos de las sustancias tóxicas que provocaron la enfermedad y sin determinar, en suma, si están totalmente restablecidas. Corren malos tiempos para los trabajadores. El paro ha colocado a millones de personas en una situación difícil y ha trastocado el mercado de trabajo con un exceso de oferta. El trabajador se ha cargado de culpa, ha perdido dignidad. A quienes tienen un empleo, se les exige que se muestren agradecidos. A los parados, se les reprocha que no acepten trabajos indignos o se les avergüenza esgrimiendo el fraude en el seguro de desempleo. En sus reuniones, los nóbeles de la economía piden recortes en los sueldos, sugieren que se elimine el salario mínimo como condición para crear empleo. Quienes más sufren esta situación son los más débiles, los menos cualificados. Ellos son quienes enferman de parálisis del calzado, quienes mueren o quedan dañados por el síndrome Ardystil, quienes no aciertan, en suma, a cruzar el umbral de la España de las oportunidades.
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