Profetas de terremotos
Nadie suele otorgar rigor científico a los relatos, muy extendidos en el medio rural, en los que determinados animales se convierten en profetas de una catástrofe. En el caso de los terremotos, no es difícil oír hablar de pájaros que cantan en plena noche, perros que no dejan de aullar en tono lastimero, caballos que se muestran excitados sin motivo o roedores que abandonan precipitadamente sus madrigueras. Esta creencia no es exclusiva de nuestro territorio. Cuando las autoridades chinas, tratando de profundizar en el conocimiento de los terremotos que periódicamente asolan este país, revisaron todas las citas históricas en las que se hacía mención a uno de estos fenómenos encontraron argumentos similares. En la mayoría de los casos, los cronistas anotaban comportamientos extraños en algunos animales antes del temblor. Durante el verano de 1974, y en la provincia de Liaoning, en Manchuria, los sismógrafos advertían de una importante actividad que podía interpretarse como el anuncio de un gran terremoto. A la población se le pidió que comunicara cualquier anomalía en el comportamiento de los animales, y se reclutó a más de 100.000 voluntarios para que transmitieran sus observaciones. Pasados seis meses comenzaron a acumularse los relatos de extraños hechos: reptiles que despertaban de su letargo invernal y aparecían muertos sobre la nieve; ratas que salían por docenas de sus escondites en pleno día; caballos que huían despavoridos de los establos o gallinas que se encaramaban a la copa de los árboles. Los especialistas interpretaron que el temblor estaba cerca y organizaron un plan de evacuación. El 4 de febrero de 1975, pocas horas después de que la población se hubiera puesto a salvo, un terremoto de 7,3 grados en la escala de Ritcher, arrasó Liaoning. Sismólogos de todo el mundo comenzaron a interesarse por informaciones que hasta entonces habían despreciado. Sin embargo, en julio de 1976, un nuevo seísmo sacudió la región china de Tangshan, sin que se advirtiera ninguna anomalía o señal que lo anunciara. Hubo más de 650.000 muertos y 800.000 heridos. Los sistemas de predicción volvieron a cuestionarse. Las modificaciones en el comportamiento animal, criticaron algunos especialistas, no dejaban de ser un factor subjetivo, cuya interpretación dependía del observador que las anotara y su cualificación. No podía considerarse una referencia científicamente fiable. Manuel Repetto, director del Instituto Nacional de Toxicología en Sevilla, hacía tiempo que venía observando cómo algunas de las analíticas que se les realizan a determinados animales de laboratorio arrojaban, sin motivo aparente, datos extraños en fechas muy concretas. Un día, recuerda Repetto, "la aparición de estos análisis anormales coincidió con una serie de terremotos en Italia y pensamos que, quizás, ambos hechos estaban relacionados, así es que solicitamos una relación histórica de terremotos de cierta intensidad, y con ella nos fuimos al archivo en donde conservábamos nuestros análisis fallidos". Para sorpresa de estos investigadores, seísmos y resultados anormales en algunas pruebas de laboratorio coincidían en muchos casos. Es más, añade Repetto, "cuando recopilamos información sobre otros fenómenos naturales vimos que también afectaban". Grandes tormentas o eclipses provocaban alteraciones significativas en parámetros bioquímicos de los animales usados en experimentación. En el caso de las ratas, comprobaron como "son capaces de detectar la existencia de movimientos sísmicos ocurridos a grandes distancias del laboratorio, y que el estrés que les produce se pone de manifiesto en una brusca disminución del glucógeno hepático, que puede quedar reducido a menos del 10 % de sus valores normales". A veces se trataba de terremotos en Andalucía, pero también se observó la influencia de seísmos cuyo epicentro estaba en otras regiones o países del entorno. Las alteraciones de las analíticas también aparecían coincidiendo con el temblor y, en algunas ocasiones, horas antes de que se produjera. Las ratas de laboratorio parecen ser las más sensibles a estos sucesos, aunque también se han registrado anomalías en el metabolismo de conejos, cobayas y perros. Los datos recogidos hasta ahora muestran alteraciones en el normal funcionamiento del hígado o el cerebro, aunque se desconoce de que manera se activan estos mecanismos de alerta.
Aplicaciones médicas
Los investigadores del Instituto Nacional de Toxicología reconocen, en una de las comunicaciones científicas dedicadas a este tema, "que la relación causa-efecto de este tipo de fenómenos es difícil de demostrar de forma inequívoca, ya que son aleatorios, la coincidencia es fruto de la casualidad y no son susceptibles de experimentación". Aún así, añaden en el mismo documento: "Resulta evidente la necesidad de tener en cuenta estas interacciones en la experimentación animal". Dicho de otra manera: aunque los terremotos son percibidos por algunas especies, originando en ellas diversas respuestas bioquímicas, esta situación no se da en todos los casos y no parece fácil determinar por qué ocurre así. Algunos expertos sospechan que los animales perciben en estos casos algún tipo de alteración eléctrica causada por el seísmo, algo parecido a lo que ocurre cuando se fragua una tormenta y el aire se carga de iones positivos, provocando desasosiego y nerviosismo en algunas personas. También es posible que los temblores originen cambios en el campo electromagnético natural, como los que provocan las erupciones solares, fenómeno que se ha relacionado, por ejemplo, con un aumento de la fertilidad en algunas especies animales. Mientras se aclaran estas incógnitas, las conclusiones de los toxicólogos servirán, al menos, para evitar que algunos análisis se interpreten de manera errónea, algo que podría pasar incluso con humanos. "Es posible que si una persona se somete a unas determinadas analíticas el mismo día en que se produce un terremoto los resultados aparezcan alterados y den lugar a un diagnóstico erróneo", concluye Repetto.
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