Los pájaros de Ortega
Lawrence Sterne que, para mi gusto, fue el más grande filósofo del siglo XVIII inglés, escribía en una de sus divertidas digresiones: "Mi padre, que tenía como todos los filósofos el prurito de razonar sobre cuanto acontecía, y de tener todo en cuenta, se las prometió muy felices con esto de la sucesión de ideas, y no sintió el menor escrúpulo en arrebatar semejante tema de las manos de mi tío Toby". El lector ya habrá adivinado que esta frase pertenece al Tristam Shandy, justo en el momento del nacimiento de Tristam, cuando el padre y el tío Toby esperan que la comadrona y el doctor Slop les den alguna noticia. Llevan un buen rato esperando y el padre ha dicho intranquilo: "Hace dos horas y diez minutos que llegó el doctor Slop, y no sé por qué será pero me parece que ha pasado un siglo". A lo que el tío Toby había contestado, con la simplicidad del hombre honrado: "La razón no es otra que la sucesión de nuestras ideas". Lo que no sabía el tío Toby es que bajo aquella frase (con la que tan sólo quería sugerir que de una idea habían pasado a otra sin solución de continuidad) se escondía una de la teorías más abstrusas de Locke sobre el paso del tiempo. Y, claro, el padre apabulló al pobre Toby con la diferencia lockiana entre tiempo e infinito. Y digo todo esto porque al abrir el cuarto tomo de las obras completas de José Ortega y Gasset, dedicado a la recopilación de sus artículos, el primero de ellos lleva el sorprendente título de Sobre el vuelo de las aves anilladas. Y, en seguida, en una de esas asociaciones de ideas que hacen las delicias de Sterne, me he acordado del padre de Tristam y de aquéllo del "prurito de razonar" de los filósofos. Pero he de reconocer que, al principio, en ese título también había creído descubrir un recurso de autor, una sutil metáfora para denunciar, por ejemplo, la maltrecha libertad del filósofo o del escritor. Porque, además, la primera frase no puede ser más desconcertante: "Dadas las circunstancias es tal vez lo más oportuno escribir algo sobre el vuelo de las aves anilladas". ¿Qué circunstancias? Circunstancias políticas, sin duda. Pero prosigue: "Desde hace algún tiempo, los periódicos dedican una sección a dar noticias sobre las aves capturadas que volaban con el anillo de la ciencia en la pata de la naturaleza". Y es entonces cuando uno entiende que su "prurito", vehemente y que no cesa, y que en los volúmenes anteriores le ha permitido revolotear por Galileo (nunca tan inmóvil) y por la desazón del amor en Stendhal, culmina con el vuelo de los pájaros. Claro que como acontece con todo filósofo lo de menos son las aves. Y así, mientras aparenta erudición zoológica (de salón), nos lanza las flechas de su ingenio: "Toda ciencia es de origen deportivo, y, según es notorio, la zoología comenzó en la afición a tener una ménagerie". No sé, quizá quería decir, como Eugeni D"Ors, que en ocasiones se juntan en el naturalista el excursionismo con la investigación científica ("Darwin constituye un caso malogrado de sportman y de cazador" escribe D"Ors en El Nuevo Glosario), pero por más que lo intento no me imagino un Newton o un Galileo deportistas. El mismo Charles Darwin, después del viaje en El Beagle, no volvió a abandonar su casa de Down, y es bien conocido que el sacerdote Gregor Mendel halló las leyes de la herencia consultando unos guisantes plantados en su jardín. Por no citar el baño (con jabón) de Arquímedes, sin el cual jamás habría lanzado ese grito de "Eureka!" que representa mejor que ningún otro la alegría del descubrimiento científico. En cuanto a las ideas que Don José divulga sobre "las aves que vuelan con el anillo de la ciencia en la pata de la naturaleza", tampoco tienen desperdicio. Es cierto que la "ciencia", sin duda por su carácter "deportivo", avanza y pierde actualidad con mayor rapidez que las disciplinas humanistas. Y eso lo podría exculpar. Pero cuando Ortega escribe: "Esta teoría, que no hace sino trasponer ad pedem litterae al fenómeno migratorio el esquema escolástico del razonamiento darwiniano, supone, como éste, una situación originaria de caos inicial, de univesal movilización de la gente alada que parece por completo gratuita", por un momento creemos estar escuchando al padre de Tristam Shandy explicando algun preconcepto de Locke. Nadie pensaría que se exponen ideas sobre la migración de las aves, de la "gente alada". Incluso uno se plantea si el autor habla en serio, y si bajo aquel demencial artículo se esconde alguna sutil y exquisita denuncia social, que por el paso del tiempo no conseguimos descubrir. Sobre todo cuando escribe con toda la fuerza de su retórica: "Como el payaso que corre sobre el balón avanzando en dirección opuesta al rodar del globo elástico bajo sus pies, todo lo viviente, a lo que parece, se afana en sentido inverso a la terráquea rotación. ¿Qué arcano impulso hostiga al ser orgánico para que siga al sol en su carrera? ¿Que vana aspiración se oculta aquí de anular la noche y prolongar el día acompañando el curso de la gran linterna?". En fin, la lista de ejemplos es larga y no me gustaría dar la sensación de una animadversión injustificada. Podría haber dicho, como Enric Sòria, "la pazguatería charlatana de Ortega". O haber citado los Recuerdos de Carmen Baroja: "Ortega y Gasset (...) me pareció siempre en su vida el colmo de la cursilería". Pero lo he dejado en "prurito", palabra que era, además, de su agrado. Y la mantengo con cariño, incluso cuando, de repente, concluye lúcidamente: "Es innegable: el hombre vuela más alto que el pájaro". No seré yo quien lo niegue a estas alturas. Pero convendran conmigo que algunos hombres, después de volar bien alto, caen en picado.
Martí Domínguez es escritor.
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