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Orgullo y prejuicio

JUSTO NAVARRO El otro día estaban, y no sé si siguen, 16 marroquíes encerrados en una cochera que además era su casa. Creo que nadie se encierra en su propia casa, salvo los deprimidos, los escapados del mundo: nadie se encierra a no ser que suceda un desastre como la llegada de una epidemia, un huracán o la patrulla de demolición del Ayuntamiento, saneando, urbanizando el barrio, abriendo avenidas nuevas e higiénicas. Pero los marroquíes se niegan a ser urbanizados, salvados de su propia calamidad: viven 16 en la cochera, sin agua ni luz, y el Ayuntamiento de El Ejido les da 24 horas para desalojar el sitio donde llevan viviendo ocho años. El Ayuntamiento de El Ejido es verdaderamente eficaz: ocho años de mal vivir los resuelve en 24 horas de diligencia humanizadora. Por el bien de los marroquíes arrasa una cochera insalubre y a punto de derrumbarse sobre la cabeza de sus habitantes, o eso dice el Ayuntamiento, que para salvar a los inquilinos les quita la casa. No entienden los marroquíes el afán benefactor del municipio, pero es que los moros son gente rarísima: ¿A quién se le ocurre vivir en una cochera cochambrosa, 16 apelotonados, sin luz ni agua en 1999? Algunos de estos inquilinos extravagantes trabajan en los invernaderos, podrían pagarse un piso, o dos pisos, porque son 16, ¿no? ¿Que nadie les alquila un piso? Ya lo he apuntado: son perros verdes, seres del planeta que empieza donde la gente vive en cobertizos sin agua ni electricidad. Pero, por nuestra parte, no se trata de un caso de intolerancia. Aquí somos tolerantes: algunos de esos marroquíes tienen su trabajo, su permiso de residencia, y, más aún, el Ayuntamiento se preocupa de salvarles la vida y tirarles el techo antes de que les caiga encima. Si no encuentran piso, será porque no buscan o no tienen dinero para pagarlo. Eso es: somos tolerantes. Toleramos a esta gente. Y tolerar, según el diccionario, es consentir, no oponerse a algo quien tiene autoridad o poder para ello. Nosotros autorizamos, toleramos, y, si hace falta, con todo el derecho del mundo no alquilamos a quien no queremos un piso que es nuestro. Hay quienes creen que la tolerancia, el acto de aceptar a quien podría ser rechazado desde nuestro plano superior, es una virtud de ciertos pueblos o comunidades. Y éste es, exactamente, el caso de nuestra comunidad: los andaluces somos tolerantes por historia y temperamento. Eso he oído, pero yo creo más bien que en estas cosas el dinero tiene una importancia indescriptible: los periodos de lucha por lo más esencial suelen ser tiempos de intolerancia. Abunda la tolerancia, y además dos tipos distintos de tolerancia, cuando la vida es cómoda y alguien tiene que llenar nuestros hoteles o trabajar para nosotros en los invernaderos. La tolerancia, sin embargo, tiene un límite: no vamos a alquilar un piso a quien no sabe usarlo, y es natural que la fea pobreza nos merezca desconfianza, irritación, indignación, porque hay miserables que te miran como si fueran a pegarte una pedrada. A pesar de todo, somos tolerantes. Y me atrevo a dar un consejo: sé tolerante. Te sentirás mejor, todavía más seguro de ti mismo. Somos los mejores.

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