Barcelona premia a sus ciudadanos MONIKA ZGUSTOVÁ
Uno tras otro iban acercándose al escenario los felices galardonados para recibir un cheque, una estatuilla y un abrazo del alcalde. La víspera de Santa Eulalia, como todos los años, la ciudad de Barcelona otorgaba premios a la creación artística e investigación científica más destacable realizada por sus ciudadanos durante el año pasado. Las obras galardonadas -esa era la premisa- debían ser aquellas que estuvieran integradas en el tejido ciudadano y, cada una en su ámbito, debían haber ayudado a contribuir al desarrollo del tejido artístico y científico, es decir, a "crear ciudad". En la atmósfera señorial que ofrecen las piedras de los góticos muros del Saló de Cent, los afortunados ganadores iban recalando en el micrófono para agradecer el galardón con un breve discurso, ocurrente algunos o de simple reconocimiento otros. Por allí pasó el siempre acertado director de teatro Mario Gas, los excelentes traductores Annie Bats y Ramon Lladó, el compositor Joan Guinjoan y el escritor en lengua castellana Javier Fernández de Castro, los científicos Avilés, Puente, Romeu y Cardama, que representaban amplios equipos de investigación, el historiador Joaquim Coll y el arquitecto Josep Llinàs. La frase que rompió el hielo de solemnidad y despertó a los que estaban decididos a seguir la ceremonia cubiertos por un dulce velo de sueño, provino de Màrius Serra. El escritor catalán no dirigió sus palabras de agradecimiento, como la mayoría, "al señor alcalde y a las señoras y señores concejales", sino a "los que están aquí arriba porque los que están allí abajo los eligieron". En su alocución, destacando el alto nivel de los Premios Ciudad de Barcelona, Serra esbozó una denuncia explícita contra aquellos premios literarios que se otorgan antes incluso de que se reúna el jurado, y por tanto juegan con la inocencia de la legión de autores que a ellos se presenta, y de los lectores. El público se quedó intrigado cuando Arturo San Agustín soltó con su ironía la máxima de que cuando a un periodista le dan un premio es que ha hecho algo mal. Oriol Bohigas, galardonado por la proyección internacional de Barcelona, recordó que una ciudad no es tanto obra de los arquitectos como de los ciudadanos, que eligen a sus alcaldes para que éstos, entre otras cosas, convoquen a los arquitectos y los equipos técnicos para determinar el rostro de la urbe. En este sentido, Bohigas elogió el guiaje de Narcís Serra y Pasqual Maragall. Antoni Tàpies, hablando de su obra de pintor y escultor, reflexionó sobre el papel nulo del soplo de la Musa a la hora de crear. "Las buenas ideas me vienen mientras estoy trabajando", dijo; "lo que llamamos inspiración proviene de la tensión y el cansancio del trabajo en sí; no hay tiempo para esperar a la Musa". La cineasta Isabel Coixet confesó que los directores cinematográficos se sentían solos, y ésta era también la sensación que evocaron los científicos: en una gran ciudad se sentían abandonados, incomprendidos. Antonio Chavarrías recibió una mención especial del jurado por su tarea de productor cinematográfico, específicamente por su trabajo en L"arbre de les cireres, película de Marc Recha. Fue un acierto del jurado prestar apoyo y saber apreciar el trabajo de los que arriesgan su dinero en proyectos comercialmente inciertos para que las ideas de los creadores e investigadores se hagan realidad, sobre todo en un mundo en que la creación de la cultura va cada vez más unida a la estructura de la gestión y la economía. El alcalde Joan Clos -que, por cierto, hizo su entrada en el Saló de Cent cogiendo efusivamente por el hombro a Pilar Rahola y Miquel Roca, como si quisiera decir que a la hora de construir la ciudad todos desean lo mismo y no hay enemigos políticos que valgan- clausuró la ceremonia con una alusión a la sala que acogía el acto. Clos recordó que hace 700 años, en esa sala se celebraba el Consejo de Ciento. El tercer día de dicho consejo se dedicaba a reverenciar a los ciudadanos honrados. Una ciudadana honrada como pocas, y un precioso ejemplo de cómo leer y transmitir la poesía, es la actriz Montserrat Carulla. La actriz leyó espléndidamente, con su voz matizada por un sinnúmero de experiencias y marcada por toda una vida entregada al teatro, el poema Oda a Barcelona, escrito en 1936 por Pere Quart bajo el impacto del terrible golpe que para la ciudad representó el inicio de la guerra civil. Y es que estos días, el poeta Pere Quart, seudónimo de Joan Oliver, otro ciudadano honrado, hubiera cumplido 100 años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.