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Dicen que vienen los turcos

Cantaba una tonadilla, cuando murió El Espartero: "Los toritos de Mihura a nadie le tienen miedo". Otros sones populares insistían desde antiguo en aquello de "dicen que vienen los turcos, chin pum. / Siéntate, patrón; saca pan y vino, chorizo y jamón. / Ya suben el paredón, chin pum. / Y los turcos que venían, chin pum, eran sacos de carbón, chin pum". Ahora, los que se anuncian en Vitoria no son turcos, sino kurdos. Así que la coalición nacionalista gobernante PNV-EA, con el desinteresado concurso de EH, ofrecerá los escaños del Parlamento vasco al Parlamento kurdo en el exilio. Semejante decisión se ha entendido en términos de provocación por parte de las fuerzas políticas no nacionalistas, y el Gobierno de Aznar ha salido a los medios a mostrar su desagrado y a intentar que la reunión kurda no se celebre.Los argumentos basados en el perjuicio y otros padecimientos que sobrevendrían como resultado de la hospitalidad ofrecida a los kurdos, a las empresas españolas y en especial a las radicadas en el País Vasco, habida cuenta de las previsibles medidas de retorsión por cuenta de Turquía, han tenido muy escasa penetración en los medios nacionalistas comprometidos. Enseguida se ha recordado con oportunidad la escasa atención que el Gobierno de Aznar prestó a las consecuencias que sus innecesarios e inútiles modales con el presidente cubano, Fidel Castro, pudieran tener sobre las inversiones de nuestros compatriotas en la isla, y tampoco se sabe de solicitud alguna de extradición que haya sido asumida y tramitada por un Gobierno con celeridad comparable a la que tuvo por Garzón para Augusto Pinochet.

Pero si Castro y Pinochet fueron casos de conciencia para Mizifú y Zapirón, sin mirar en costes económicos, el asunto de los kurdos tendría que ser examinado también a esa misma y exigente luz, la del apoyo a las justas causas de los pueblos oprimidos. Como recomienda un colega, buen amigo, en su columna del semanario El Economista, volvamos a Max Weber y repasemos los conceptos de la moral de la convicción y la moral de la responsabilidad. Y entonces tal vez la solución podría aportarla Federico Trillo, proponiendo la sustitución del debate sobre el estado de la nación, un asunto sin incentivos, para convocar en su lugar un imaginativo debate sobre el estado de los kurdos, del que pudiera salir un ofrecimiento para que se reunieran en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, sede del Congreso de los Diputados, antes de emprender una gira por Vitoria, Barcelona y Santiago como sedes parlamentarias de las nacionalidades históricas. Porque, seamos claros: el origen del conflicto actual reside en la posible invasión por el Parlamento de Vitoria de competencias en el ámbito de la política exterior que corresponden en exclusiva a otras instituciones constitucionales. De momento, emociona que, al hilo de los padecimientos del pueblo kurdo, Iñaki Anasagasti haya recordado los suyos durante su exilio en Venezuela, del que hasta ahora jamás quiso hacer exhibicionismo victimista. Entretanto se impone el alivio de obsesiones que recomienda el portavoz del PNV en el Congreso, quien, en su comentario semanal en Deia, ha sabido recordarnos la bajada del paro en Euskadi hasta el 15,86%; la recuperación de posiciones del puerto de Bilbao, hasta situarse el segundo del Estado; el crecimiento de la renta agraria en Euskadi en un 29,4%, frente a la caída del 7% en España; luego repasa, con arcadas, la inclinación ajena "ante el reyezuelo mantenido por la CIA" y el perfil del fallecido monarca jordano, "creador, tras su masacre de palestinos, de Septiembre Negro", y subraya cómo "nadie recuerda que apoyó a Sadam Husein en la Guerra del Golfo, ni su autocracia", y que, para más inri, "el PSOE lo ensalza". Pero lo que más le duele al portavoz parlamentario peneuvista es que el PSOE les diga "que por hacer una reunión en Iruña estamos rompiendo España". De ahí que se recomiende el uso de cadenas siguiendo la senda marcada en la diócesis de Vizcaya para el desarme de las palabras, la conversión en noticias de primera de las cuestiones propuestas por Anasagasti y el ofrecimiento de un acto de reparación y desagravio a los reunidos en Iruña, ajenos por completo a esa ruptura de España que se les ha querido atribuir.

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