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Salvar el románico del Retiro

La consolidación de las ruinas de la ermita abulense de San Isidoro en el parque impide su derrumbamiento.

El Parque del Retiro muestra en su vértice norte, en la esquina de las calles de O"Donnell y Menéndez Pelayo, una superficie acotada por vallas. Tras éstas destaca un promontorio del terreno, profusamente arbolado, sobre el cual se alzan ruinas procedentes de la ermita románica abulense de San Isidoro, las únicas de estilo medieval existentes en un parque madrileño. Se encuentran cubiertas por andamios, para ser consolidadas. Desde hace tiempo, el derrumbamiento se cernía sobre ellas.Una bella arcada de medio punto y dos ventanas con linternas estrechas, de las que el románico abría para administrar tan avaramente la luz, surgen amparadas tras de un grupo de cipreses, que otorgan su contraste verde olivo a los rojizos sillares y areniscas allí dispuestos.

Las ruinas fueron trasladadas allí piedra a piedra, a finales del siglo pasado, por orden de Ricardo Velázquez (1843-1923), genial arquitecto burgalés artífice del Palacio de Cristal y del ministerio de Fomento, entre otras joyas de la arquitectura civil madrileña. Los mismos restos de la ermita ahora consolidada, que en su día se alzó en la ciudad de Ávila, llegaron en carro a Madrid a finales del siglo pasado. Tras pasar una temporada en el jardín del Museo Arqueológico, detrás de la Biblioteca Nacional, fueron a parar al Retiro. Su instalación en el gran parque madrileño tuvo una finalidad didáctica: la de exhibir las técnicas empleadas por los constructores medievales de templos. Por ello la ermita, o lo que queda de ella, exhibe abierta la sección de sus muros y la estructura de los sillarejos y ladrillos empleados por sus albañiles.

El fragmentado conjunto se asemeja mucho a lo que podría ser el escenario de una novela, paradójicamente, gótica. Se echa de menos a su alrededor una neblina de las que acostumbran bañar silenciosamente las praderas de Cantabria, el humo dormido de un paisaje de Castilla o los riscos sembrados de abadías medievales de cualquier paraje altoaragonés.

Pero no. No hay tal niebla, ni otro humo del que procede del fragor cercano de las calles, ni otro risco que la contigua Montaña Artificial del Retiro, bastante artificial, por cierto, horadada en su interior para albergar una sala municipal de exposiciones.Como contraste de la romanicidad de las ruinas, una vieja noria de tiro exhibe también allí, a su vera, sus añosos vestigios.

Para mantener la veteranía de todo el conjunto, un equipo de restauradores, que dirige Alberto Aldomar, ha andamiado laboriosamente las ruinas, porque presentaban peligro cierto de desplomarse. Tras el zafarrancho de las obras, iniciadas en otoño, pasear por su contorno permitirá evocar, aún, brumosas ensoñaciones medievales.

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