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Salvados de los lodos

El pasado 18 de enero se procedía a la suelta, en las marismas del Bajo Guadalquivir, de 62 ejemplares de cerceta pardilla, una de las aves acuáticas más amenazadas de España. 16 ejemplares procedían de los huevos que fueron rescatados, en terrenos del Parque Natural de Doñana, tras el vertido tóxico de las minas de Aznalcóllar. La cifra podría parecer insignificante si no fuera por la delicada situación que atraviesa la cerceta pardilla, de la que en 1997 sólo se contabilizaron 128 parejas en todo el país, 31 de ellas en humedales andaluces. Cuando el 25 de abril del pasado año reventaron las balsas de estériles de las minas de Aznalcóllar, miles de aves se encontraban en pleno proceso reproductor, y la mayoría en el delicado periodo de incubación. La primera riada arrastró todos los nidos que estaban situados en las riberas del Guadiamar. Las obras de emergencia que se ejecutaron para evitar que el vertido penetrara en el corazón de Doñana provocaron la inundación de algunas otras zonas ocupadas por distintas aves. En los días posteriores a la catástrofe, y en una operación de rescate de fauna sin precedentes, técnicos de la Consejería de Medio Ambiente, auxiliados por voluntarios y por el personal de la Reserva Natural de Cañada de los Pájaros, retiraron unos 1.600 huevos, además de algunos pollos que, milagrosamente, habían sobrevivido. Como recuerda Manuel Simón Martínez, uno de los técnicos que coordinó esta actuación, "la riada afectó sobre todo a las aves limícolas, como avocetas y cigüeñuelas, al grupo de las anátidas y a las garzas, particularmente a las imperiales, que ocupaban las zonas de carrizal". No hubo más remedio que priorizar, porque la zona afectada era muy extensa (más de 1.000 hectáreas) y la capacidad de retirada e incubación de los huevos era limitada. Dedicación especial Los esfuerzos se concentraron en la zona del Lucio del Cangrejo y en la Dehesa de Abajo, explica Martínez, "dedicando especial atención a las especies más valiosas por su escasez, como cercetas pardillas o garzas imperiales". Los huevos que eran viables comenzaron a trasladarse al Centro de Recuperación de Fauna Silvestre del Acebuche, dependiente del parque nacional. En distintas entregas llegaron a estas instalaciones, que hubieron de adaptarse a la nueva situación en un tiempo récord, un total de 1.477 huevos y 149 pollos. El éxito de la cría en cautividad sufrió grandes variaciones de unas especies a otras. Mientras que en el grupo de las anátidas más comunes, como patos reales, porrones comunes o ánades frisos, apenas se produjeron bajas después de que eclosionaran un total de 64 huevos, las avocetas y cigüeñuelas, que sumaban más de 1.000 huevos y alrededor de 130 pollos, concentraron la mayor parte de las pérdidas. Afortunadamente, explica Celia Sánchez, veterinaria del centro, "los métodos de crianza dieron excelentes resultados en las especies en peligro de extinción, como la cerceta pardilla, de la que sólo sufrimos dos bajas sobre un total de 17 huevos eclosionados, y en aves particularmente delicadas, como la garza imperial, de las que murieron 27 de las 106 nacidas". No se trataba sólo de un problema de adaptación, con el que contaban los especialistas, sino que también hubo que luchar contra numerosos imprevistos. El retraso en la llegada de una partida de alimentos provocó que un grupo de garzas imperiales sufrieran problemas de nutrición que no superaron. Una infección, causada por un hongo, que no fue diagnosticada a tiempo, y los frecuentes ataques de ratas, que se internaban por la noche en las jaulas, causaron importantes bajas entre avocetas y cigüeñuelas. Según Medio Ambiente, de los animales que fueron trasladados al Acebuche han sobrevivido un 60%, que se han ido liberando, en distintas zonas, teniendo en cuenta la época más idónea para cada especie. La preocupación de los especialistas se concentra ahora en saber cómo se desarrollará la reproducción de los animales silvestres, que ocupan las zonas afectadas por el vertido, esta próxima primavera.

Atentos a la reproducción

Hasta el pasado mes de julio sólo se habían encontrado metales pesados en algunas aves muertas que habían sido retiradas de zonas cubiertas por los lodos o las aguas tóxicas. Sin embargo, a partir del mes de agosto la situación empezó a cambiar, como revelaron los análisis efectuados por científicos de la Estación Biológica de Doñana (EBD). En el último informe del grupo de expertos del Centro Superior de Investigaciones Científicas, hecho público en noviembre, se advertía de que algunas especies de aves, recogidas tanto en zonas contaminadas como en áreas a las que no había llegado la riada, presentaban elevados niveles de metales pesados, superiores a los conocidos para este tipo de animales en Doñana. Durante los últimos meses se han seguido efectuando análisis y, según Miguel Ferrer, director de la EBD, "estos contaminantes aparecen cada vez en mayor proporción y en mayor número de especies, aunque la cantidad y el contaminante concreto varían según la especie en cuestión, lo que parece indicar que no todas las aves muestran la misma sensibilidad a los diferentes metales". Por grupos, los más afectados parecen ser el de los patos, las garzas y las cigüeñas. Si bien hay un elevado número de individuos que muestran contaminación en sangre y vísceras, Ferrer advierte "que son pocos los ejemplares afectados por niveles elevados de sustancias tóxicas". De cualquier manera, la presencia de estos agentes en el organismo de las aves, aún en pequeñas proporciones, podría afectar a la generación de óvulos y espermatozoides, al desarrollo embrionario o a la estructura y resistencia de la cáscara de los huevos, con lo que se vería afectado el éxito reproductor.

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