Candidato a palos
El inequívoco rechazo de Felipe González a la invitación cursada por Borrell para que encabezara las listas socialistas al Parlamento de Estrasburgo ha dejado un reguero de interrogantes, resquemores y malentendidos. Es altamente probable que el regreso del ex presidente del Gobierno a la arena electoral hubiese permitido al PSOE no sólo optimizar sus resultados en la convocatoria europea del próximo 13 de junio, sino también ayudar a los candidatos socialistas que compitan ese mismo día por las alcaldías de todos los ayuntamientos españoles y por la presidencia de diez de las diecisiete comunidades autónomas; sin embargo, habría resultado abusivo pedirle a Felipe González, que renunció voluntariamente a la secretaría general del PSOE y al liderazgo parlamentario en junio de 1997, el sacrificio de tirar del carro de una dura campaña electoral para recibir como premio el escaño no deseado de una institución lejana y todavía marginal de la Unión Europea. Porque tanto los españoles como los restantes ciudadanos europeos no tienen en excesiva estima al Parlamento de Estrasburgo, dotado de reducidas competencias y situado en un plano de inferioridad respecto al Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno; la elevada abstención y el uso juguetón del voto estratégico a bajo costo para mostrar enfados o expresar preferencias imposibles son rasgos característicos de los comicios de la Unión Europea celebrados cada cinco años con los territorios de cada Estado como circunscripción única. En este caso, sin embargo, la celebración simultánea de las elecciones europeas, municipales y autonómicas permite predecir una alta participación de conjunto y la interacción entre las diferentes urnas.
Aun siendo indiscutible que la aceptación por Felipe González de la invitación de Borrell habría sido movilizadora para el PSOE en la triple convocatoria de junio, las implicaciones negativas para su persona y las consecuencias indeseadas para los socialistas no hubiesen resultado menos inevitables. De ser derrotado por el candidato -todavía por designar- del PP, el prestigio político de Felipe González, vencido in extremis tras catorce años de Gobierno por 300.000 votos y por los golpes bajos de sus adversarios, habría quedado seriamente afectado; de ganar las elecciones, en cambio, los obstinados defensores de su candidatura a la presidencia del Gobierno hubiesen puesto en marcha una imparable campaña de consecuencias devastadoras para el liderazgo de Borrell.
¿Está descartada definitivamente su candidatura europea o podría Felipe González volver sobre sus pasos, tal y como hizo en las legislativas de 1989, 1993 y 1996? Los adversarios del ex presidente del Gobierno sostienen que sus negativas de entonces fueron tan sólo astutas maniobras destinadas a desorientar a sus competidores y a fortalecer su propia posición dentro del PSOE; hay buenas razones, sin embargo, para rechazar esa interpretación y para admitir la sinceridad de unos propósitos ingenuos coloreados en gran medida por la tendencia a la ensoñación del interesado; en cualquier caso, Felipe González lamentará hoy no haber permanecido fiel a esos impulsos que le aconsejaban una retirada temporal del poder.
Una divertida farsa de Molière, adaptada por Leandro Fernández de Moratín con el título El médico a palos, podría inspirar otras conjeturas: si el leñador Sganaralle se vio forzado a desempeñar contra su voluntad el papel de galeno por obra de una venganza amorosa, Felipe González habría corrido igualmente el peligro de convertirse en candidato a palos a causa de las maniobras de algunos dirigentes socialistas dispuestos a expatriarle de la escena política española y a cortar de raíz su actitud adolescente de indefinición vocacional que le lleva a estar en todas partes y en ninguna. Pero la analogía entre el ex presidente del Gobierno y el protagonista de Le médicin malgré lui tampoco resulta necesaria: el temor del PSOE a que el PP repita o incluso mejore el próximo 13 de junio los brillantes resultados obtenidos en las municipales y autonómicas de 1995 basta para explicar la tentación socialista de echar mano del banquillo y confiar de nuevo la dirección de la triple campaña electoral a Felipe González, el viejo campeón que les llevó a la victoria cuatro veces seguidas.
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