Fondo y forma
Imagino que, a estas alturas, ya debe estar algo atemperado el entusiasmo que despertó el nombramiento de Manuel Tarancón como consejero de Educación. El nombramiento de Tarancón fue muy celebrado por la prensa valenciana y los comentaristas vertieron grandes elogios sobre su figura. A mí, tanto fervor me pareció algo excesivo. Como valenciano de Alicante, nunca he estado muy impuesto en los secretos de nuestra capital, que siempre me han parecido complicados y difíciles de entender. Asuntos para conocedores. En consecuencia, se me perdonará si no veo en Tarancón más que a un hombre de la derecha, llamado a ejecutar la política de Zaplana en materia de educación. Y esa política, por lo visto hasta ahora, no consiste en más cosa que en procurar el deterioro y desprestigio de la enseñanza pública en el menor tiempo posible. Que a tal punto se llegue con maneras exquisitas, o con las formas romas del anterior consejero, señor Camps, me parece irrelevante. En todo caso, lo sorprendente es que debamos celebrar la llegada de un político de derechas con buenas maneras. No creo que en los pocos meses de mandato que le restan a Tarancón, pueda ni quiera hacer otra cosa que continuar la política fijada por Eduardo Zaplana. Desde luego, es posible que ahora, cuando se aproxima la campaña electoral, veamos intensificarse las promesas, hacerse realidad alguna de ellas, o descubramos como las asociaciones de padres y los profesores son tratados con una mayor cortesía y atención que la empleada hasta el momento. Y en esto, sí que la figura de Tarancón puede aportar esa credibilidad que el señor Camps había agotado hace mucho tiempo. Ya he escrito en alguna ocasión que las ideas de gobierno de Eduardo Zaplana son simples y de una gran efectividad. Puestas en práctica, resultan temibles. Sus grandes objetivos, tras los negocios, son la sanidad y la enseñanza. Los negocios es evidente que van viento en popa, la sanidad camina hacia su privatización y la enseñanza pública pierde su prestigio aceleradamente, como consecuencia de una falta de recursos inimaginable años atrás. Yo no conozco, desde los lejanos tiempos de la dictadura de Franco, una falta de atención semejante para con la enseñanza pública. Nunca había presenciado un ataque tan calculado contra sus estructuras, ni visto un deterioro tan intencionado de sus instalaciones. Cualquier vistazo a los diarios de los últimos meses, proporciona una documentación abundantísima sobre cuanto digo: centros que no se construyen, comedores escolares que desaparecen, escuelas sin bibliotecas, gimnasios sin calefacción, aulas que llevan años sin conocer una mano de pintura, ventanas sin cristales, turnos imposibles para otra cosa que no sea impartir clase, profesorado sin motivación... En poco tiempo más, el daño que se habrá infligido a la enseñanza pública será tremendo, irremediable. Llegados a este punto, ¿qué padres desearán que sus hijos estudien en una de estas escuelas o institutos? El camino de la privada quedará expedito y se habrán cumplido los objetivos del señor Zaplana. Que este plan se ejecute con modales de arriero o gentileza de cortesano, convendrán ustedes que carece de toda importancia.
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