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Tribuna
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Plagas

En cosa de semanas, las plagas se han abatido sobre una España que en el mendaz lenguaje oficial va o iba bien: la meteorología implacable, los estragos de la gripe, el Aspergillus hospitalario, el incremento del desempleo, la letal agresividad del pitbull o del dogo argentino alentada impunemente pos sus dueños, el descrédito de Abel Matutes frente a la roca de Caruana, los temblores telúricos, las listas negras, la inclemente desatención sanitaria para con los niños inmigrantes sin papeles, el sensible estirón del racismo y de la xenofobia, y ese espectacular y vergonzante remake del Silencio de los corderos que se filmó, hace unos días, en el Congreso del PP, con abundancia de maquillaje y severas consignas de obediencia. En vísperas del año 2000, la superstición, los fastos y los soplagaitas de esta liturgia solventan el inquietante paisaje remitiéndolo a ciertos pintorescos avisos de milenarismo. Pero, lo que se advierte, aparte de la actividad climática y geológica, son nítidos avisos de facismo. La derecha chapucera, chabacana y chulesca de siempre, que es un relicario de blondas, escopetas y criadas, no tiene voluntad alguna de abandonar un pasado que le inscribió en el registro muchas hectáreas de perdiz y conejo; pero sí que ha mejorado sus artes escénicas y su capacidad de fingimiento. De ahí, la teatralidad de ese congreso, que hubiera resuelto, a su más fiel imagen y semejanza, con un par de motoristas. Pero la democracia obliga a representarla, aunque les de repeluz; por eso se manejan con más soltura en las fiestas patronales y en las procesiones, que eso sí que es pueblo, chispa y choteo. Esa derecha no aspira más que a perpetuarse, en el disimulo y el descaro. Esa derecha privatiza tanto, que ya no queda ni un palmo de suelo para que los ciudadanos paseen, reflexionen y hablen hasta de política, y participen en los asuntos públicos como les corresponde. Esa derecha ni siquiera soporta a los ciudadanos con memoria, con criterio y con voz: sólo desea una sociedad de votantes bobalicona y resignada, a la vieja usanza y con mucha pata de gallo y aristócrata bigardo, en la pequeña pantalla. Esa derecha puede ganar las elecciones: pero cada voto que se meta en el bolsillo es una paletada de tierra sobre la fosa de las libertades. Aunque también se pueden degollar de una sola y limpia cuchillada.

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