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Tribuna:LA CASA POR LA VENTANA
Tribuna
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Una sabiduría perezosa JULIO A. MÁÑEZ

Ojos, para qué os quiero, se dice uno a sí mismo ante un televisor inclemente que dispara imagen tras imagen del encumbramiento del PP en la fiesta congresual del PP en el Madrid del PP y en una escenografía tan del PP de siempre que mueve a la compasión ante tanto hortera con corbata. Hay que tener el oído forrado de pana para creer a un Fraga Iribarne centrado desde su nacimiento, si hay que hacer caso, y por qué tendríamos que hacerlo, de sus palabras, que si contribuyó en su día a rapar a unas cuantas mineras asturianas fue para abrir paso a un Álvarez Cascos que a su vez desalojaría el puesto en favor de un más dispuesto Josep Piqué, Pepe desde ahora para sus amigos andaluces de gobierno. Me digo no lo pienses, o bien piénsalo mas no lo digas, pero a mí que me parece que Manuel Tarancón tiene algo de Fraga, un toque, un deje, un estilito, una parsimonia de carnes entre de jolgorio y enlutadas, un esqueleto intranquilo, un hacer como que se sabe estar aunque no sea fácil determinar dónde ni cómo acabará la cosa, un horizonte lejano, unos tacones pasados, un átame esa mosca trémula por el rabo que ha escapado hasta ahora a la mirada locuaz de Pedro Almodóvar. Y luego está Francisco Camps, que para qué seguir con el motivo. Ahora que será quizás más asesorado que asesor, alguien debiera aconsejarle que ante la eventualidad de un óbito madrileño de cierto fuste debe abstenerse de comentar que lo lamenta "de demócrata a demócrata", como hizo cuando nos dejó Vicent Ventura, porque eso es poner el acento en el lugar que no toca para columpiarse de matute a costa del prestigio ajeno, cuando se sabe que todos somos a estas alturas tan demócratas, incluidos los tardones en descubrirlo, que es que ni vale la pena mencionar esa insignificante circunstancia tan llena de significado opaco para quien la esgrime. Sin más motivo que el de justificar el título molón de esta última, hay opacidades transparentes en algunas conductas finalmente públicas que algo tienen que ver con un cierta pereza a la hora de practicar la sabiduría propia de la ingeniería técnica en la cosa de la economía doméstica. Yo no sé si el ex de tantas cosas Luis Fernando Cartagena se embolsó por las buenas los ahorros más o menos contributivos a la causa centrista de un puñado de monjitas de Orihuela, y estoy persuadido de que un caballero como él será en todo ajeno a una sisa de esa clase. Pero esa posibilidad, por remota que sea, evoca una propensión a la codicia que sólo puede cumplimentarse mediante la aspiración a lo absoluto. Recuerden el caso nada shakespeareano de Manuel Ángel Conejero, cuando hizo de director (artístico, eso sí) de Teatres de la Generalitat. Desembolsos menudos para chicles y cintas de cassette corrían a cuenta de los presupuestos públicos, y ya descubierto el pastelillo el interesado se hace el ofendido y protesta diciendo qué se han creído, que a él le sobre pela para correr con sus gastos de bolsillo. Lo cierto es que se empieza participando en negocios turbios de míticos centenares de millones y se acaba facturando al contribuyente la carrera del taxi o raspando el cepillo de la homilía dominical en plan chorizo al menudeo, por aquello del error de perspectiva. Menudencias de esa clase al margen, hay que reconocer que no está nada mal la carta del lector Paco Álvarez Cascos al director Pedro José Ramírez, aunque no quede claro en qué consiste esa deuda del marido de Aghata Ruiz de la Prada que "no se puede solventar con decoro". Todo depende de si el todavía vicepresidente del Gobierno escribe en calidad de lector mosqueado o llevado de la intención un tanto cutre de marear el salmón. Aunque bien puede tratarse de una escenificación pactada. Aún así, junten ustedes deuda, solvencia y decoro con imposibilidad y tendrán una ensaimada de regulares proporciones. La valentía de Cascos contra su amigo de tanto tiempo, ahora que lleva camino de quedarse con lo puesto, es de tal calibre que más de uno estará temblando por si cunde el ejemplo. Precedentes por aquí no hay muchos, salvo el caso de la acreditada ganadería de los Vergara o el de un Francisco Mora que amaga un día por semana sin resolverse por arrear del todo, pero motivos no faltan para que algún desairado abra su boquita para largar la letra pequeña de los contratos despechados. A mí lo que me gustaría es conocer a ese currante de la construcción que unió cuerpo y alma depositando sus aguas mayores en el altar mayor de la Catedral. La estela brófega de Bernat i Baldoví es que no cesa.

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