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Por un Peñón de libras

Del lado británico, la verja fronteriza es solemne, rectilínea, negra y dorada y anclada en una columna de piedra. En la parte de La Línea de la Concepción, la pintura sobre la forja está descascarillada y se fija sobre una pared de ladrillo cubierta escasamente con cal. La verja separa dos países, pero también dos economías, dos posibilidades de enfrentarse a la vida. En la actualidad, cerca de 3.000 trabajadores españoles se ganan el pan en la colonia británica, la mayoría en ocupaciones menores, limpiando en casas, sirviendo gasolina o en las numerosas tiendas de recuerdos del Peñón y sus monas. Las disputas sobre la pesca y los altercados en la frontera les han afectado tanto o más que a las familias de los 500 hombres que se embarcan cada día hacia las aguas gibraltareñas. No son matuteros, no cometen delitos, pero viven en una zona con unos índices de paro cercanos al 40% y se van a trabajar al extranjero, que en su caso está a unas decenas de metros de casa. Tras el intercambio de insultos y algún golpe que otro del pasado fin de semana, bastantes de las muchachas que limpian las casas de los llanitos se quedaron en casa. El temor las acobardó y les vació los bolsillos. Estas mujeres suelen cobrar unas diez libras esterlinas por jornada. Si no hay trabajo, no hay libras. Pelea entre españoles El viernes de la semana pasada, el bloqueo de la frontera dejó en el lado británico hasta las cuatro de la madrugada a varios cientos de estos trabajadores. Los pescadores decidieron alrededor de la medianoche que los españoles podían pasar, pero entonces las autoridades gibraltareñas jugaron fuerte y políticamente, y rechazaron esa salida selectiva. Eso sí, la cara humana del lado británico, aunque no les dejaba irse a sus casas, les trajo mantas y café. El conflicto, entonces, podía llevar al enfrentamiento entre españoles. Otro gol político del astuto ministro principal gibraltareño, Peter Caruana. Tres muchachas que reían azoradas con los carrillos rojos por el viento de Levante, aseguraban pasados dos días que ellas sólo tenían solidaridad para con los pescadores. "Mira, esto nos viene mal a todos. Yo trabajo en una tienda propiedad de británicos originarios de la India y la gente ha dejado de venir estos días. Mi jefe está perdiendo entre 30.000 y 40.000 pesetas al día", sentenció la más elegante de las tres, cubierta con un abrigo largo azul. Ella tenía un sueldo; bastante más que sus compañeras que cobraban al día en las casas. El Gobierno del Peñón admite que van a su territorio unos 1.500 trabajadores españoles cada día, pero eso sólo son los que están en situación legal y algún día hasta cobrarán pensión. Más de otro millar no cotiza en ningún sitio y reciben el pecunio al día. Entre todos, son más del 10% de la población de Gibraltar, aunque, en contra de la lógica, no hay ningún tratado ni acuerdo y todo depende del que más tiene y ofrece y el que más necesita y acepta. Lo cotidiano suele difuminar a lo soberano en los alrededores de Gibraltar. Desde siempre ha habido trabajadores españoles en el Peñón, incluso en plena II Guerra Mundial, cuando la policía franquista les esperaba a la puerta y les obligaba a cambiar sus divisas a mitad de precio.La situación cambió cuando el general Franco cerró la verja en 1969. A partir de entonces, lo que tuvieron fue un campo de fútbol donde el régimen paseaba a la selección para intentar dar envidia a los llanitos. "Nosotros veíamos las libertades por las que se estaba combatiendo en el Reino Unido y nos gustaban", recuerda Manuel García Bado, de la Asociación Nacional de Pensionistas ex trabajadores de Gibraltar. Se vive demasiado cerca para odiarse y no gustarse, aunque sea un poco. Esta asociación reúne a más de 9.000 personas que viven en su mayoría en La Línea, pero también en Canadá o Florida. En 1996, consiguieron, gracias a sus quejas ante la Unión Europea, que el Reino Unido se hiciera cargo de los complementos a sus pensiones (también reciben la española). Tres años antes, los gibraltareños habían dejado de pagar porque decían que no tenían dinero. Ahora, todo aquel que haya trabajado un mínimo de 10 años tiene derecho a una pensión vitalicia que ronda las 40.000 pesetas y que llega calentita de Londres. Toda una vida juntos, a no ser por una verja.

Los problemas legales cuando hay desacuerdos con el patrón

El trabajar por necesidad en el extranjero -aunque éste esté a escasos cien metros de casa- siempre supone un riesgo de ser timado y, sobre todo, un sentimiento de impotencia ante un posible abuso. En el caso de los trabajadores de La Línea que se ganan la vida en Gibraltar, esto sucede más a menudo de lo que parece o se hace notorio. Los juzgados del Peñón tienen en la actualidad en sus manos el caso de tres trabajadoras del hotel Caleta Palace, que supuestamente fueron despedidas tras darse cuenta de que, entre 1992 y 1996, les habían detraído de sus sueldos los porcentajes necesarios para cotizar en pensiones, aunque en ningún sitio figuraba que habían pagado un duro por ese concepto. Las despedidas no estaban solas. Cinco personas más fueron presuntamente sisadas (el asunto está sub iudice) de un dinero importante, acumulado durante varios años, lo que, en la práctica, les suponía verse privadas del derecho al retiro. Tres de ellas se convirtieron en especialmente extranjeras cuando protestaron con todas sus fuerzas y removieron cielo y tierra para que no les pasaran por encima. Las tres perdieron su trabajo, calificado con uno de los calificativos contractuales más rebuscados de la historia: "Discontinuas fijas". La dirección del Caleta Palace ha considerado que "no le convenía hacer ningún tipo de declaración" al respecto y ha dejado todo en manos de lo que tenga que decir la justicia gibraltareña. Justicia rígida Precisamente esto supone una verja extra, un obstáculo más para las tres mujeres despedidas. Su situación no es fácil. En el Peñón funciona el sistema legal anglosajón, que es mucho más formalista y, por lo tanto, menos ágil. Algunos expertos en derecho laboral creen que el sistema español es más moderno (ha sufrido muchos cambios más recientemente) y, por lo tanto, bastante más beneficioso para los intereses del trabajador que se defiende frente a quien le hace tragar con ruedas de molino en el trabajo. En el derecho gibraltareño, poco se hace de manera verbal y mucho por escrito, lo que alarga los tiempos y los costes de los abogados. Para este caso en concreto, los abogados de las trabajadoras han tenido que pedir ayuda a un bufete de Gibraltar. Por cómo avanzan los acontecimientos, parece ser que han merecido la pena los altos costes en abogados. Pero son muchos los trabajadores -los contenciosos con españoles son abundantes- que no pueden ni protestar, porque les sale más caro que vivir. La justicia también es diferente al otro lado de la verja. El equipo de abogados que lleva este caso desde La Línea asegura que existen muchos, muchísimos, casos como éste. Los pillos siempre aprovechan si se les deja nadar entre dos aguas legales y económicas.

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