La cornisa
Mi carta está teñida de tristeza e impotencia al ser testigo de la muerte inútil de una joven de 18 años enterrada por una cornisa desprendida del teatro Calderón de Madrid. Esa noche, al salir de los cines Ideal, me dirijo a la plaza de Benavente cuando unos trozos de piedra volando por el aire se ceban en un Peugeot 205. El semáforo se cierra, y ante él, un jeep con dos chicas que rápidamente salen de su automóvil. Apenas unos tiros de piedra impactan en el techo del coche, pero menos suerte tuvo el siguiente automóvil.
Sólo pude ver cómo el joven que conducía estaba conmocionado, y el asiento trasero izquierdo, cubierto de piedras. Después de unos minutos, el joven pudo salir, sentándose en las escaleras del teatro y asistido por unos empleados que le dieron un vaso de agua. Aparecieron los bomberos, tres ambulancias: Samur y 061 y varios coches de la Policía Municipal.
Yo desconocía que en la parte posterior del vehículo viajara alguna persona, pero ante la rápida intervención de los bomberos me temí lo peor
Sacaron a una joven a la que intentaron devolver la vida. Era imposible. Era estremecedor
Siempre he sentido que los edificios me protegían del frío, de la lluvia, e incluso a veces alegran mi vista. Nunca pensé que, con demasiada frecuencia, puedan matar.
Mi denuncia más feroz a los responsables de este terrible suceso y que no me digan: "Pudo ser peor".-
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