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El peligro de las esquinas

Juan José Millás

De vez en cuando regresa uno al barrio de su infancia y encuentra todo tan cambiado que le cuesta reconocerse en ese mundo hasta que un olor, un rótulo, una esquina, le devuelve de golpe al lugar del que quizá no debería haber salido. Hace años fui con mi madre a Galerías Preciados (actual FNAC) y al acabar las compras nos extraviamos por las calles de detrás de la Telefónica, en cuyas esquinas había mujeres para mí del todo incomprensibles.-No mires- dijo mi madre mientras aceleraba el paso.

Y yo agaché la cabeza, aunque continué indagando de reojo sin comprender lo que veía y, lo que es peor, sin atreverme a preguntar qué era aquello que turbándome tanto carecía de nombre. Suelo tener muy pocos sueños recurrentes; uno de ellos guarda relación con estas mujeres que le llaman a uno desde las esquinas aparentando que anhelan su sexo cuando por lo visto sólo desean su dinero.

El dinero está por otra parte tan sexualizado que muchos hombres confunden una paga extra con una erección y un golpe de suerte en los negocios con una aumento de la potencia venérea. Lo hemos visto hace poco, con la inauguración del euro. Parecía que estrenábamos otra cosa: un órgano productor de eyaculaciones asombrosas. De hecho, y según los telediarios, todo el mundo hizo negocio con esa moneda invisible. Ahora han adquirido los mercados un tamaño más normal, pero si el euro posee la capacidad de recuperación que se le supone puede volver a eyacular oro sobre las Bolsas en cualquier momento. Lo que todavía no sabemos es si se excita más con las fantasías de dentro o con las imágenes de afuera. Ignoramos, en fin, si se trata de una moneda onanista, como la libra esterlina, o heterosexual, como el dólar americano.

Pero nos hemos desviado del asunto. Hablábamos de las calles y de los cambios que experimentan durante nuestras ausencias. Lo más parecido a ellas, en el periódico, son los anuncios por palabras. Empecé a leer los periódicos por esa sección, husmeando sus rincones tipográficos con la misma actitud con la que se vagabundea por los callejones del casco antiguo de una ciudad desconocida.

Veía, con la misma pasión que los escaparates, las ofertas de trabajo, las ventas de objetos de segunda mano, las demandas de servicio doméstico... Siempre había alguna sorpresa nueva a la vuelta de la esquina, al atravesar un anuncio. Con los años, aparecieron reclamos nuevos: detectives, contactos personales, astrología, promesas sexuales y hasta gente que pretendía curar la eyaculación precoz a través del teléfono... Lo divertido de ese callejeo impreciso es justamente que al lado de una oración a San Lucas Tadeo puede aparecer una "viuda caliente" o "una modelo de Play Boy" excitándole el euro o la peseta al lector, y junto a ellas, con solo cambiar de columna, se presenta un señor dispuesto a comprar una residencia de ancianos en Madrid o alrededores.

Hacía tiempo que no visitaba los anuncios por palabras y ayer, al volver a ellos con la frente marchita (ya se comprende que la nieve del tiempo ha blanqueado mi sien) sentí una turbación semejante a la de aquel día en el que nos perdimos mi madre y yo por los aledaños de la Red de San Luis. Ahora, en todas las esquinas de esta publicidad polvorienta y acogedora, como de casco antiguo y roto, hay fotografías de mujeres ofreciéndose al lector en las posturas más inverosímiles. Ignoro desde cuándo se produce exactamente este fenómeno, pero puedo asegurar que hace tres o cuatro años no se daba. Y los textos también han cambiado mucho. De repente, hay una "ejecutiva" que te lo hace debajo o encima de la mesa de su despacho, donde tú prefieras. Y una "anticuaria" cuyos reveses económicos la han conducido a esta esquina de papel para hacerlo "por la voluntad". Y aparece completamente desnuda una tal Vanesa que asegura ser ninfómana y necesitar sexo a todas horas. Pero lo más sorprendente, al menos desde que yo no visitaba la sección, es el modo en que han llegado hasta nosotros los hábitos sexuales de Clinton y Mónica Lewinky. No sé si se podría calificar el hecho de colonización cultural, pero lo cierto es que muchas de estas mujeres aseguran hacerlo todo, todo, con la boca. Observándolas entre perplejo y asustado me pareció oír la voz de mi madre.

-No mires.

E hice como que no miraba, aunque continué observándolas de reojo sin entender qué hacían allí. Y, lo que es peor, sin atreverme a preguntar.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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