_
_
_
_
_

Los discretos regalos de Barcelona

En noviembre de 1982, algunos miembros de la candidatura barcelonesa para los Juegos del 92 visitan Lausana para presentar el proyecto al presidente del Comité Olímpico Internacional. Entre ellos van Narcís Serra, todavía alcalde de Barcelona, el concejal Enric Truñó y Romà Cuyàs y Josep Maria Vilaseca, promotores de la candidatura. Samaranch los recibe contento, muy contento. Comen en Girardet, el mítico restaurante de las cercanías de la ciudad suiza, y allí, en la mesa, comentan la sorpresa de que Seúl haya ganado la candidatura para los Juegos de 1988. Samaranch, distendido, comenta:-Hombre, pero si se les pagaron unos viajes de fábula, a ellos y a toda su familia.

Pocos días después, los miembros vuelven a Barcelona y convocan una rueda de prensa. Allí, ante decenas de periodistas, Truñó dice:

Más información
Samaranch, el retiro ha comenzado

-Ganaremos, pero porque nuestro proyecto está muy bien, y no como Seúl, que compró a todos los miembros.

Truñó pagó con su apartamiento de la candidatura olímpica y sus palabras tuvieron importancia en lo que ha sido luego su carrera política. Fueron inoportunas, por supuesto, pero no reflejaban más que un denominador común en lo que ha sido la moderna historia del COI. Cualquier ciudad candidata a la organización de los Juegos Olímpicos ha incluido hasta ahora entre sus presupuestos el costo de las atenciones a los miembros del COI. Y también Barcelona 92, por supuesto, que gastó entre 300 y 350 millones -a razón de tres millones por miembro- en la promoción íntima de su candidatura. La candidatura barcelonesa estudió a fondo las debilidades: si el anciano ex tenista De Stefani era gran aficionado a la ópera, se le invitó a ver a Plácido Domingo; al general nigeriano Adefope se le regaló una refinadísima colección de semillas; si el puertorriqueño Rieckehoff coleccionaba bastones, en Barcelona incrementó su colección; un miembro preguntó si su hijo, médico, podría hacer prácticas en un hospital barcelonés: se consiguió; otros varios mostraron un nada extraño faible por la tienda Loewe: se les perdonó; un noruego amaba las maquetas de barcos antiguos: se fletaron. Regalos escrupulosamente ceñidos, en cualquier caso, a los consejos de Samaranch, un experto finísimo en la tenue frontera que separa el regalo de la humillación.

Poco después de acabarse los Juegos, el COI tomó una decisión: poner límites a la cuantía de los regalos que podía recibir cada miembro. El límite aún está vigente y son 150 dólares.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_