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Una compra con fraude J. J. PÉREZ BENLLOCH

La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, no es una choriza. Tendrá otros pecados más o menos capitales, pero difícilmente podrá ser reputada de trincona o cosa parecida. Ni sus críticos más ponzoñosos han insinuado siquiera una debilidad de este género, pues de todos es bien sabido que el ensueño de nuestra regidora es ocupar un puesto relevante en la crónica municipal e intitular uno de los nuevos bulevares que está auspiciando. Y mejor todavía si su estatua -que habría de ser a tamaño natural- se yergue sobre un pedestal en el eje de una rotonda que, de ser posible, no provocase demasiado caos circulatorio por aquello de blindar su memoria contra las maldiciones. ¿Cómo va a malversar por unos tráficos de influencias o prebendas esta gloria que ya se le cierne? Por eso comprendemos su aflicción y sumo cabreo cuando la oposición, y particularmente la candidata socialista Ana Noguera, airea sospechas de corrupción e incluso empapela a buena parte de la corporación popular. La alcaldesa se sabe inocente y tiene la conciencia tranquila -queremos suponer-, pero asimismo le consta que no puede garantizar la honradez de toda su cohorte edilicia y que una querella tras otra acabarán por mellar su prestigio y empañar su trayectoria. Es una indignación legítima, como también es legítimo el recurso a los tribunales cuando se producen "enriquecimientos anormales", según el prudente eufemismo utilizado por el secretario del Ayuntamiento, y no han prosperado las vías políticas y administrativas. Tal ha sido el caso de los muy manidos ecoparques que esta semana han vuelto a evocarse debido a la irregular compra de los solares donde ubicarlos. Resulta secundario que el montante del presunto "enriquecimiento" fueran 70 modestos millones y tampoco a mi entender es decisivo la legalidad del trámite, pues pudo ser legal a la par que injusto. Lo relevante ha sido la torpeza, agravada por ese punto de chulería de quien se sentía impune y administraba los dineros públicos con lamentable ligereza. Me temo que en esta ocasión la alcaldesa se siente atrapada, pues lo más expeditivo y razonable para enmendar el asunto hubiera sido destituir al concejal responsable, admitir el error y rareza de la compra, cediéndole este pequeño triunfo político a los denunciantes. No ha querido o no ha podido. Muy al contrario, se ha inclinado, mediante su vicario el primer teniente alcalde, por darle caña a la portavoz socialista, poniéndola a caer de un burro. Otro error, pues esta reacción airada no sirve más que para acentuar la vaga imagen de la candidata socialista. Tanta más inquina suscita, tanto más acentúa su presencia. Y unas preguntas finales: ¿qué prisas justificaban que se optase, como se optó, por un concurso de urgencia para la adquisición de los solares aludidos? ¿Es normal y regular que sólo compareciese una empresa ofertante, y que ésta perteneciese al grupo que más ha incrementado su facturación al Ayuntamiento en estos últimos años? Cuesta creer que sea normal y regular. Los jueces resolverán. » ¿Conviene y es posible revertir el Teatro Romano de Sagunto? De nuevo, y a propósito de una sentencia del Tribunal Supremo, reverdece el conflicto sobre el Teatro Romano de Sagunto, que colea desde el año 86. El quid de la cuestión, como el lector sabe, consiste en demoler o no la obra de los arquitectos Portaceli y Grassi, recuperando el aspecto que el coliseo tenía antes de acometer su reconstrucción en el citado año. Los fallos judiciales conocidos y los que se esperan amparan esta revisión, tan insistentemente exigida desde algunas tribunas periodísticas y que en su día instó el abogado Juan Marco Molines. Vía libre, pues, a la piqueta. Pero conseguida esta franquicia, deberíamos responder a un doble interrogante: ¿es conveniente y posible recuperar la antigua imagen? A estas alturas ni siquiera les conviene a quienes con tanta insistencia lo han pedido. Avalados por la justicia, han de sentirse moralmente colmados. Tenían sus razones para oponerse a la reconversión de aquellas ruinas que imaginariamente reputábamos de auténticas, aunque fuesen el resultado secular de numerosas depredaciones y apaños arbitrarios. Con todo y con eso, debieron ser respetadas, y no sólo por imperativo legal. Sin embargo, ¿qué se ganaría ahora, al margen de saciar el ansia vindicativa de algunos? Por otra parte, resulta más que dudosa la recuperación de la antigua fisonomía sin que sufra nuevos y acrecidos deterioros. Consuélense, pues, con el fallo de la justicia y déjense las cosas como están, que de escombros andamos sobrados. » Un alcalde marchoso que fomenta la industria del ocio y el ruido Joan Barres, alcalde de Alboraia, es notable por razones varias y más de una plausible. Pero como muchos otros munícipes, tiene más largo el brazo que la manga y necesita aflorar recursos a cualquier precio. Nada le reprocharíamos si su apetito fiscal afligiese únicamente el bolsillo de los vecinos, y no su paz. Y, al parecer, se propone atentar contra los residentes en la playa de la Patacona dando luz verde a la instalación de chiringuitos y otras actividades ociosas, acústicamente contaminantes. Se acabó pues el sosiego de una de las zonas que estaba a salvo de esta demencia. Centenares de familias que gozan de un barrio urbanísticamente ordenado y tranquilo pueden estar viviendo sus últimos días de placidez. Nos tememos que el proceso sea imparable y es posible que cuente con todos los viáticos legales. Pero el alcalde ha de saber que no hace un buen negocio. No sólo degrada una de las mejores zonas del municipio, sino que también él se degrada como tipo cabal y de izquierdas. Para acabar como edil farandulero no era necesario pugnar tantos años como demócrata.

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