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¿Lo sabe Romero?

Hace unos días se celebró en el Palau de Congressos un encuentro del Fórum Socialista para empezar a lanzar Un Nou Projecte de Comunitat. Si algo define ese acto es la moderación y el equilibrio. Equilibrio entre hombres y mujeres políticas que tomaron la palabra para hablar a sus militantes, simpatizantes, representantes... a todos los que quisieron oírles. No sabemos si fue casual o es que se pone en marcha la concepción paritaria, en cuanto a mujeres y hombres se refiere, lanzada por Borrell para un futuro muy próximo, según él. Equilibrio porque las mujeres supieron mostrar el lado espontáneo y directo. Em-pezando por Carmen Alborch, que subió desenfadada, dispuesta a hablar sin papeles y nada más subir arrancó aplausos, pero sobre todo alivio. No me extraña, hizo olvidar rápidamente la lectura neutra y un poco grisácea de los folios académicos del ex rector. Ya se sabe que ahora los universitarios no hablan, sino que leen y leen en todos los sitios, en las clases y en las oposiciones, en las conferencias y en los actos políticos, se dice que hasta leen sin interpretar las impugnaciones de tribunales. Cristina Almeida ganó a la anterior en espontaneidad y desenfado, pero sobre todo en ese intento de transmitir sinceridad y solidaridad. Ana Noguera, que ya subiendo repartía aplausos y muestras de afecto para todos, puso las cosas en su punto medio. Habló y leyó, quiso ser agresiva con el poder pero la voz no le acompaña. Quiso decir que se acabó el poder y la etapa de Rita Barberá, pero en la audiencia pocos parecían creerla. Joan Lerma no fue espontáneo, fue directo, iba a lo que iba. A criticar puntual-mente, a decir que la derecha ha mercantilizado la cultura valenciana, que Valencia se ha quedado sin cultura. Habló hasta de Argentaria. Pero sobre todo quería dos cosas. Tenía especial interés en disociar la derecha valenciana del poder autónomo y personal de Zaplana y sus amigos. Vamos, que le hizo un guiño a la derecha de la Comunidad Valenciana. Y tenía aún mayor interés en dejar otras cosas claras, a saber, que su candidata es Ana Noguera, lo dijo alto, fuerte y claro. Y advirtió que no hay interpretaciones. También dijo alto y fuerte que apoyaba a Joan Romero, dijo que estaba con él y pidió a los demás que también lo hicieran. Aunque lo dijo de forma menos clara, al menos no como en el caso de Noguera, parece que aquí deja espacio a la interpretación. Equilibrio también porque Joan Romero tuvo el acierto político, o quizá ante todo estilo psicológico, de difuminar su figura, de compartir su protagonismo entre todos los que le acompañaban, léase Ana Noguera, Carmen Alborch, Joan Lerma, Ramón Lapiedra, Ciscar, Almeida; y también entre todos los que asistieron, pues no se cansó de buscar el encuentro y saludo directo con los que allí estaban. Y todos arropando con gestos y aplausos a Joan Lerma. Le demostraban su reconocimiento, querían darle protagonismo, claro que él hizo gestos de querer quedar en segundo plano. Incluso en los momentos finales, cuando Joan Romero cerraba el acto, quiso que todos los que le habían precedido subieran de nuevo al escenario. Lerma desaprobaba con el gesto tales deseos del candidato a la Presidencia, pero Noguera logró que les acompañara en los aplausos de cierre. Queda por saber si el gesto de Romero era un reflejo de su empeño para hacer de la campaña un acto colectivo y no personal, o quizá pretendía asegurarse públicamente que esta vez no habrá fisuras de última hora. Equilibrio en el discurso de Romero, que estuvo entre académico y político, pasaba de leer una frase a explicar e interpretar lo que nos depara el futuro. Habló de lo que une a los progresistas valencianos y levantó sospechas sobre lo que une a la derecha. No hizo un mitin, sino un discurso argumentado, presentó el problema: reconstruir las filas progresistas y presentarse como candidato, no de un partido, sino de todos las fuerzas progresistas, para eso estaba Almeida, y de los ciudadanos que quieran acompañarle; estaban presentes todos los sectores, desde los académicos a los empresarios, desde los sindicatos hasta los trabajadores, desde militantes hasta ciudadanos sin carnet, ni ganas de tenerlo. Luego pasó a desarrollar los temas centrales y llegó a los argumentos finales, de-jando para el ciudadano los interrogantes, las alternativas y la decisión, demostrando así un buen concepto del ciudadano, su democracia abierta. Toda una estrategia de persuasión: habló para audiencias entendidas y también para las poco reflexivas; quizá por eso distinguió entre democracia orgánica y su democracia dialogante, entre nivel de vida y calidad de vida, por si alguien aún se cree que más nivel significa más calidad. Desarrolló ideas y apeló a la experiencia, quiso decir a los ciudadanos que puede entenderles muy bien porque él sufrió la niñez de las oportunidades desiguales, hizo metáforas con algún que otro recuerdo de su infancia, pasando con habilidad de su recuerdo, a la filosofía política y a su proyecto alternativo, el de las oportunidades para todos. Un experto diría que pertenece a esa categoría de líderes que necesita haber vivido las cosas para, desde sus experiencias, hablar y transmitir ideas, simpatizar y llegar al ciudadano. Estuvo equilibrado hasta en el habla, pasando del castellano al valenciano, del dinero, la economía y la empresa al mundo de los deseos, los valores y las políticas sociales. Sin embargo, le traicionan algunos de los ataques que hizo a la oposición. Defen-dió su reivindicado centro izquierda de los impostores de la derecha, e intentó asociar el partido en el poder con gente que quiere ser de centro, pero que a él le bastaría con que fueran gente decente. Se olvidó que generalizar el comportamiento de los que no pertenecen al propio grupo es una distorsión endogámica del pensamiento y una actitud desleal con los ciudadanos de los que parece tener tan buen concepto, desleal también con su máxima de candidato de todos los valencianos. Y se olvidó de la historia al querer rentabilizar los últimos acontecimientos de Bellaterra. Joan Romero es un líder más sereno y creíble cuando defiende sus ideas, que cuando crítica a sus oponentes, quizá porque su búsqueda sin término de aprobación le desestabiliza al criticar, un terreno que no controla lo suficiente. Estuvieron equilibradas hasta las imágenes en espejo del escenario. Todos podían ver a todos y todos se vieron a sí mismos, pasando lentamente del escenario y de los protagonistas a la audiencia, convertida por el poder de la imagen en protagonistas. Y en ese espejo se detectó lo que no estuvo equilibrado: las ausencias que Romero no sabe ganarse. ¿Dónde se han quedado los intentos de revitalizar y reconstruir el partido?. ¿Qué pasó con la buenas intenciones de las primarias y el trabajo entre todos? Lo peor cuando se quiere obtener la confianza del ciudadano y ser creíble no es sólo iniciar algo y no acabarlo, sino encima no explicarlo. Lerma no sustituye, ni llena esa laguna. ¿Lo sabe el PSPV? ¿Lo sabe Romero?

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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