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Vidas intensas

JOSÉ RAMÓN GINER La pasada semana, José Antonio Rovira, concejal de Tráfico del Ayuntamiento de Alicante, puso en marcha el nuevo plan de transporte urbano, diseñado tras unos larguísimos meses de estudio, y sumió a la ciudad en un caos. Durante varios días, los alicantinos erraron buscando una parada de autobús, equivocaron sus desplazamientos, llegaron tarde a sus citas, perdieron clases, soportaron los atascos del tráfico. El acontecimiento resultó de tal magnitud que mereció la primera página de los diarios locales en sucesivas jornadas. Interrogado sobre este asunto por los periodistas, el concejal José Antonio Rovira declaró que el nuevo plan de transporte urbano había sido un éxito y aseguró que, de tener que aplicarlo en otra ocasión, actuaría de idéntica manera. Un cinismo tan fino, augura al concejal Rovira un gran porvenir en la política. Años atrás, yo creía que la misión de las autoridades municipales era gobernar y administrar la ciudad para hacer más agradable la vida de sus habitantes. Sin duda, estaba en un error. A la vista de cuanto sucede hoy en Alicante, está claro que el cometido de las autoridades es hacer más intensa y emocionante la vida de los ciudadanos. Hasta la llegada de don Luis Díaz Alperi, Alicante había sido una ciudad sin grandes sobresaltos, donde los días se sucedían idénticos en la monotonía gris de la provincia. Todo esto, afortunadamente, quedó atrás. Hoy, el alicantino se levanta expectante, haciendo cábalas sobre las sorpresas que le deparará la jornada, los cambios que se producirán en el paisaje urbano, las nuevas situaciones a las que deberá amoldarse. ¿No garantiza esto una vida plena de alicientes? Ahí tienen ustedes a los vecinos de Aguamarga. Una noche se acostaron confiadamente, creyendo que el futuro les pertenecía y al día siguiente, con el primer café de la mañana, leyeron en los periódicos que iban a desalojarlos de sus viviendas. Alguien había decidido construir sobre ellas la Ciudad de la Luz. Varios meses después, los vecinos aún no conocen el descanso, bregando por un desalojo digno y asegurarse unas viviendas en condiciones. ¿No es emocionante? El Paseíto de Ramiro, un pequeño parque muy querido en la ciudad, desapareció un buen día ante la mirada atónita de los paseantes. En su lugar, hoy pueden admirarse toneladas de cemento, resultado de la idea febril de un arquitecto y las alucinaciones de algunos arqueólogos. Semanas atrás, los habitantes de San Antón advirtieron, desesperados, que no podían acceder al barrio en sus vehículos. Una modificación del tráfico les impedía la entrada... Pero, de este muestrario de acciones, la más llamativa, la más singular es, sin duda alguna, la de edificar el palacio de congresos en el monte Benacantil. Con ella, el alcalde Díaz Alperi ha logrado conmover a la ciudad y dar un tema de tertulia inagotable a los alicantinos. Los ciudadanos están tan agradecidos por todo ello, que las últimas encuestas prometen la mayoría absoluta para el Partido Popular, en las elecciones de junio. Me parece natural. Gracias a Díaz Alperi, Alicante es hoy una ciudad en la que nadie se aburre. Una ciudad donde lo más impensable, lo inaudito, puede suceder en cualquier momento. ¿Reprocharemos a los alicantinos esta justa correspondencia?

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