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Tribuna:
Tribuna
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Las personas no son cosas

¿Por qué, aún reconociendo los éxitos de este Gobierno, nadie, salvo los analistas de Corte, lo elogian? ¿Por qué sus aliados, a la vez que le ayudan a sacar adelante sus proyectos políticos, se muestran con él tan reticentes? ¿Por qué, en términos más objetivos, con todo a favor, la ventaja del PP sobre el PSOE continúa siendo mínima?A mi juicio, porque quienes, presidente y ministros, aciertan en la administración de las cosas se equivocan, no en cuanto a las personas sino en cuanto a su gobierno, tal vez porque confunden éstas con aquéllas. Así en los últimos cambios, los malos modos institucionales frente a todos, han ocultado los más que probables aciertos. Falta ese inexcusable ingrediente político que son las relaciones personales; las reales, no las fotográficas que cabe utilizar de modo substituto.

Sin duda, siempre hay excepciones que confirman la regla. El ministro Arenas -confiemos que ahora también de secretario general- ha sido un modelo de buen hacer personal en su departamento donde, si la gestión es importante, la relación lo es tanto o más y, a la vez, hay ministerios eminentemente gestores en los cuales la administración brilla por su ausencia cuando, y eso confirmaría el diagnóstico, no ha sido eclipsada por los problemas personales, ya internos, ya externos. Todos sabemos los nombres.

Así, es indiscutible que la gestión económica del vicepresidente Rato y su equipo es un acierto que, acompañado de la buena suerte -¡excelente virtud política si las hay!- corona éxito tras éxito. Pero la gestión política del mismo Gobierno ha llevado a sucesivos enfrentamientos con casi todas las fuerzas sociales, desde Sogecable a la Iglesia, que ya es decir, y a la permanente tensión con la oposición política. Que felizmente algunos de esos enfrentamientos parezcan en vías de solución tan sólo muestra lo innecesario, inútil y por cierto, dañoso, que fue plantearlos. Para citar otro caso, no cabe duda de que, por ejemplo en Asturias, el Partido Popular no ha podido hacerlo mejor administrativamente, tanto a través del Gobierno como de las instituciones autonómicas, y el mal hacer personal le ha llevado a perder éstas y aun al borde de la derrota electoral.

Cuál sea el factor que induce a los malos modos y peores relaciones a quienes saben gestionar bien, me parece un arcano. Pero apuesto a que si se drenase de desconfianza y arrogancia excesiva, permitiría ver a los demás como en realidad son: como una oportunidad más que como una amenaza y eso facilitaría el talante dialogal y moderado que debería caracterizar al centro. Al centro político, claro está, y no al abismático e inaccesible centro de la tierra.

En todo caso, a la altura en que se encuentra la legislatura, los desafíos con que se enfrenta el Gobierno y su partido penden más de la buena relación con las personas que de la administración de las cosas. En economía, las macromagnitudes parecen domesticadas, están en marcha unas medidas fiscales indudablemente populares y hemos subido cómodamente al tren del euro. Pero ahora, a corto y medio plazo, el problema es no perder los fondos europeos y ello requiere negociar con terceros y no sólo para salvar la cara, sino los trastos, es decir, nuestra presente situación en la UE.

En política interior, el gran desafío es el proceso de paz vasco, y ello también exige negociar con terceros, ciertamente nada fáciles, el cese definitivo de la violencia, la reconciliación social y las soluciones constitucionales en fin. En ambos casos se requiere tomar al otro, no como un objeto de confrontación, mercadeo o adorno, tres modos frecuentes de confundir las personas con las cosas; sino como interlocutor, capaz de razonar, convencer y ser convencido; no sólo de ser útil, sino de intercambiar. Ojalá que la invitación al diálogo con que los nuevos ministros han tomado posesión de sus cargos se haga realidad. No sólo a la hora de sonreír juntos, con ser la sonrisa ya un avance, sino de compartir metas y métodos.

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