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LUIS GARCÍA TRAPIELLO

Todos se comportaban de la misma manera. Eran tiempos en los que los pobres lo eran de solemnidad. Siempre estaban peregrinando: un día en cada pueblo y una petición en cada casa, por lo que podía caer en la faltriquera. Pero aquel mendigo era nuevo en la comarca. Había llegado a media mañana desde el pueblo de al lado y, sin diferenciar puerta ni ventanas, donde primero fue a golpear fue en la de la escuela del pueblo. El maestro, gobierno de una pequeña mesnada que había conseguido domeñar a duras penas y que no estaba dispuesto a que nada ni nadie fuese excusa para el alboroto, consustancial en los menudos hijos del campo, ante la insistencia de los golpes, suaves, incluso educados, gritó destemplado desde el fondo de aquel edificio un "¡no hay escuela!". El mendigo inclinó la cabeza hacia su lado más ágil, arqueó las cejas y en un tono afable, más para él que para quien ostentaba el gobierno y para los gobernados dijo convencido: "Pues si no hay escuela, ¡satis!". Vivimos tiempos desconcertantes, y esta afirmación ya se ha convertido en un tópico, ese lugar común al que todos acudimos cuando queremos explicar algo y no podemos hacer otra cosa que no sea mostrar nuestra perplejidad ante lo que acontece. Los hechos parecen claros y se nos manifiestan definidos, pero el juicio que la gente se hace sobre ellos descansa sólo sobre lo que de esos hechos se dice. Y esto lo saben todos los que se dedican a lo público, y como lo saben su afán y su preocupación está en hablar de los hechos, en que se opine sobre lo que pasa. Su éxito está en que los hechos, si no pueden ser ocultados, sean comentados, nunca descritos. Quien tiene la palabra, tiene el ser de las cosas. Si alguien señala el hecho de que el que iba a ser presidente afirmó, y de ello hay grabación, o había, que él estaba "en política" para hacerse rico, el ya presidente o sus guarda imágenes cortan el dedo-libro que señala y comienzan a opinar sobre grabaciones, legalidades, juicios y sobreseimientos. Aunque lo cierto es que no pasaría nada porque el muy honorable señor presidente hubiese afirmado en su momento que aquella afirmación no era más que la manifestación de su deseo, tan noble como el de muchos que montan una botica y se dedican a lo que se dedican para hacerse ricos. No pasaría nada, pero entonces el hecho sería lo que el presidente dijo y no si alguien dijo que él dijo. El hecho es que las autoridades, conseller de Cultura, Educación y Ciencia, su directora y sus directores generales, caminaban por una calle que conducía a ninguna parte o lo que es lo mismo a un descampado, afueras de La Vall d"Alba. Era la primera vez, que uno recuerde, que desde la televisión autonómica, que dicen nuestra, se hablaba de la inauguración de un solar. Aunque a lo mejor, o a lo peor, lo que la TVV mostraba era la "remoción de la primera piedra", pues todas y cada una de la autoridades con la punta de sus zapatos impolutos rozaban con delicadeza aquel suelo pedregoso. Sin embargo, las palabras del redactor decían de una calle que es llamada "Conselleria de Cultura, Educación y Ciencia", faltará espacio en el sobre si alguna vez alguien vive en ella y otro alguien decide enviarle una carta, y las palabras decían que allí, al final de esa larga calle sin casas, habría un instituo. Y el instituto, porque las palabras lo decían, sin existir, ya era. Así pues, los centros de enseñanza secundaria, tan necesarios, que se han de construir ya son sin existir, para ello basta con que los nombren. Por eso su número crece o decrece según las palabras sean del presidente o sean del conseller, y a ninguno de ellos sonroja la no coincidencia porque en ambos casos son. Es más, esto permite que un mismo centro se construya una o más veces. Los institutos de Benidorm, Calpe, etcétera, ya se construyeron en los presupuestos para el año 98, pero no sucede nada porque se construyan también en los presupuestos para el año 99. Excepto para los alumnos, chicos y chicas, que no pueden estudiar en ellos, para el resto de ciudadanos, a los que se les nombran tantas veces como convenga, esos institutos ya están construidos y al mismo tiempo se construirán tantas veces como sean nombrados. La sociedad exige a los profesionales de la educación que en la escuela enseñen a sus alumnos a ser honestos en el hacer, coherentes en el discurso, críticos en la reflexión. No es mala la demanda. Sin embargo, cada vez que se acude al gobierno, la mayor de las escuelas, mendigando un poco, no mucho, de honestidad, de coherencia y de racionalidad, desde lo más profundo del poder, quienes lo detentan en este momento gritan, incluso molestos, un "¡no hay escuela!". Pues sepan señores Zaplana y Camps que "si no hay escuela, ¡satis!".

Luis García Trapiello es miembro de la federación de Enseñanza de CC OO.

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