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Agendas

MANUEL PERIS El profesor Ernesto Garzón Valdés, en un ensayo titulado Instituciones suicidas, puso de manifiesto hasta qué punto la ética es indispensable para el control de instituciones como la democracia representativa y el mercado que "libradas a sí mismas, tienden a autodestruirse si no formalmente, sí substacialmente". Se trata de un estudio magnífico que sirve para iluminar muchos aspectos de la vida política. Uno de los factores del suicidio de la democracia es lo que Garzón Valdés denomina aumento egoísta del poder fruto de la "obesidad mayoritaria". Y a su vez uno de los síntomas de esa glotonería política, de fatales resultados para la salud democrática, sería el llamado peligro de la agenda impuesta. Es decir, la tendencia a explotar determinados conflictos y a silenciar otros, movilizando prejuicios, conformando las preferencias de los ciudadanos en una forma sutil de ejercicio del poder, que como explica Garzón Valdés, entra en la categoría de la manipulación y constituye una lesión de la autonomía de la persona. Entre nosotros el tema de la agenda impuesta ha sido espectacular tanto por lo visto, como por lo escamoteado. Un buen ejemplo es el llamado pacto lingüístico. En un momento dado y sin que la sociedad valenciana atravesara por ninguna situación especial se puso sobre la mesa la necesidad de solucionar el llamado conflicto lingüístico y durante meses se ha hecho creer que se avanzaba o retrocedía en el objetivo, se supone que común, de conseguir la paz lingüística. Parecía que este Levante feliz no tuviera mayores problemas que aquellos que afectaban al origen y nombre de una de sus lenguas. Meses después y cuando parecía que todo estaba pactado y bien pactado ¡ale hop! el asunto desaparece de la agenda. Un ejemplo del mismo fenómeno pero, en sentido contrario, fue la situación generada tras el linchamiento de un ciudadano en el barrio valenciano de Nazaret. La manipulación de la agenda fue tan descarada, que el clamoroso silencio de la alcaldesa Rita Barberá se convirtió en escándalo. El asunto de Nazaret puso de manifiesto como a algunos barrios no sólo se les discrimina en las inversiones sino que también, cuando por la vía del horror saltan a la palestra, se les pretende eliminar de la agenda como si así se acabase el problema. Las respectivas crisis de Gobierno que casi paralelamente iniciaron José María Aznar y Eduardo Zaplana dibujan bien la diferencia entre un riguroso dominio de la agenda y una situación descontrolada. Bastaron un par de insinuaciones de Aznar para centrar toda la atención informativa hacia lo que podía hacer o no hacer, porque como traslucía su propio regocijo, en eso reside el poder. Por el contrario, Zaplana lanzó un ataque frontal contra sus socios regionalistas en una maniobra cuyo desenlace acabó estallándole en las manos, y la primera consecuencia de ello ha sido la pérdida de control de la agenda. La negativa a debatir en las Cortes la crisis ha sido la primera manifestación de descontrol. Y en la medida que Zaplana ha perdido control de la agenda, los ciudadanos hemos ganado en democracia, en autonomía de pensamiento, no sólo por algo tan saludable como es ver lo que el poder quiere ocultar, sino porque invita a que surjan otras agendas alternativas como las que en este caso ha puesto sobre la mesa el candidato de la oposición.

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