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Víctimas

JAVIER UGARTE El pasado sábado, día 16, se constituía en plataforma civil el Colectivo de Víctimas del Terrorismo. Convencidos de que su argumento debe estar en el debate público, redactaban un manifiesto y elaboraban un calendario de actuaciones. El jueves, la Junta de Portavoces del Parlamento vasco había rechazado la propuesta de IU-EB para crear una comisión específica que tratara el tema en esa sede. Sin entrar en la oportunidad concreta de crear o no dicha comisión (tal vez sea pertinente residenciarla en la Comisión de Derechos Humanos como sugiere el señor Atutxa), me interesa traer hasta estas líneas el comentario del portavoz del PNV. No necesariamente por ser de ese partido sino por el terrible error que contiene y la perversión moral que late tras él: "El mejor favor que se les puede hacer a las víctimas del terrorismo -asegura el portavoz- es no darles ningún tipo de protagonismo político". Lo dice quien unos días antes ha convocado una manifestación por el acercamiento de los presos, en un gesto aparentemente humanitario y realmente político (léase el manifiesto final, patéticamente partidario), y llevó aquel asunto a Estrasburgo. Pero tampoco esa falta de ponderación nos interesa aquí, sino el tratamiento que la víctima, cualquier víctima producto de la perversión de la condición humana, ha de recibir en una sociedad política y éticamente sana. Porque, independientemente del curso que vayan a tomar los acontecimientos, estamos hablando ya, inevitablemente, de la sociedad vasca a conformar tras la desaparición de ETA (¡lagarto, lagarto!). Se habla de "perdón" y "reconciliación", pero raramente de la bestia totalitaria. Y de eso hablamos precisamente cuando incorporamos al debate público -que es política- la condición de la víctima. No quisiera hablar aquí de víctimas concretas -en cuyo nombre no sería decente tomar la palabra: bastante tienen con su dolor-, sino de la patología social creada a partir de la amenaza opresiva producida por la idea correcta del totalitarismo, de la verdad nacionalista de ETA en este caso (y también de la razón de Estado de los GAL; pero esa es una lacra desactivada), de esa verdad que lleva a considerar moral el asesinato o la gasolina si es por la idea, que convierte en asesinos a jóvenes idealistas y en héroes a asesinos patológicos, que conoce y promueve la crueldad, que hace rehenes del dolor a familias enteras, que hace víctima, directa o indirectamente, a toda la sociedad. La reacción contra esa amenaza generalizada es lo que se escenificó y sintió con intenso dolor en las movilizaciones espontáneas de julio de 1997 a raíz del paseo cruel e infame del concejal de Ermua. Es el humanismo que late en esta sociedad. Un sentimiento que en parte recorrió también la manifestación por el acercamiento de los presos: entre quienes se acercaron a Bilbao buscando "la paz" o movidos por el sufrimiento de las familias (había otras motivaciones, claro; especialmente entre los sonrientes portadores de la pancarta). Es la componente humanista esencial en toda cultura de libertad y sustantiva para una educación en democracia. En una entrevista concedida a Westdeutscher Rundfunk, la radio alemana, Primo Levi se quejaba de la simplificación extrema por parte de algunos de su Si esto es un hombre (que relata en primera persona el holocausto) al dividir a la humanidad en "verdugos" y "víctimas" en relación con aquel hecho. Aparte de responsabilidades penales individuales, decía, la bestia se halla escondida en la condición humana, latente en sus pliegues más profundos. De ahí que, antes que al verdugo concreto (para quien ya está la ley, que nunca deberá ser empleada con cinismo como sospechamos muchos que hoy se emplea), haya que combatir el mal en determinadas pautas y valores arraigados en cierta culturas políticas. Porque cuando la bestia actúa, todos nos convertimos en víctimas. Si eso es así, no caben explicaciones esquinadas ni condenas utilitarias de la violencia. Diría, pues, que el mayor favor que podemos hacernos todos nosotros, víctimas del terrorismo, es dar a esa condición el protagonismo político que hoy requiere.

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