Aúpa'Leti
El entusiasmo por los colores de un club nunca es explicable en términos razonables (por más que en mi caso sí haya una justificación basada, lamento decirlo, en la fuerza: de muy chiquito yo era forofo del Madrid y mi hermano mayor, que entonces desplazaba más tonelaje que un servidor, del Atleti; no le costó gran trabajo convencerme de que cambiara de lealtades; hace tanto tiempo de esto que puedo afirmar sin miedo a equivocarme que el suyo fue el primer frente atlético). Más aún: soy una persona muy alejada de cualquier concepto de violencia partidista. Soy europeo. Por esta razón, mi atletismo es visceral pero no gritón. Me siento en mi localidad si la cosa ocurre en el Bernabéu, generalmente rodeado de madridistas, y guardo prudente silencio. Hay veces en que con gran sentido del fair play llego a aplaudir alguna jugada del club merengue, no se le vaya a escapar una bofetada al energúmeno que se me sienta al lado. No me verán con un palo a la caza del contrario, no. Mi arma es el discurso intelectual y convincente.Por ejemplo: el Atleti ganará mañana porque así son las cosas de la vida.
Un derby excede las fronteras de la lógica. Sea cual sea el lugar que uno y otro equipo ocupen en la tabla, la pasión, el ahínco en la persecución de la victoria, los goles, por un día no tienen nada que ver con la política y con las antipatías, con la Liga y con la Copa de Europa, con el estado de forma de los 22 jugadores, con la defenestración posible de los entrenadores, con el mercadillo de invierno e incluso con la libertad condicional de alguno de los presidentes de uno u otro club (si es un chorizo, que lo pague y nos deje en paz; bastante hago con apoyar al club de mis amores y tener que tragarme que sea propiedad de un tipo que no me gusta nada). Esto es puramente visceral. No hay tácticas que valgan porque por encima de ellas aparecen viejas rivalidades de barrio, estados filosóficos y culturales, el río Manzanares, el valle del Kas, la verbena de La Paloma y (lo lamento por los de enfrente) el príncipe Felipe, que es del Atleti, que lo sé yo. Y no hay jugador bosnio o brasileño que por un día, por este día, no sea oriundo de Chamberí o de Chamartín. Las rencillas, los estados filosóficos, el río, son los que determinan el resultado, no las fruslerías de tácticas y balón.
Un buen derby madrileño incrementa el consumo de bicarbonato, que es un remedio casero muy de aquí. Todo ciudadano de la capital que se precie vive para que el contrario se sienta netamente inferior al menos en dos ocasiones al año (o más si el sorteo de Copa viene de cara) y tenga que digerirlo con bicarbonato y agua. Es cosa de vecindario. Dicho en otras palabras: prefiero que nos gane el Villarreal. ¿Concíbese algo más tonto? Sí: apoyar al respectivo equipo con cruces gamadas y bates de béisbol. Pero ésa es otra historia.
Ahora, permítaseme tender la mano a mi compañero de página y decirle: "En cualquier caso, nada de esto tiene importancia, colega; que gane el mejor".
Lo malo, colega, que no te enteras, es que el mejor es el Atleti.
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