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Inspiración contra organización

Santiago Segurola

Cuando el Atlético fichó a Arrigo Sacchi se encontró con un hombre que hizo leyenda de la organización colectiva. Obsesivo en los detalles, fanático de la presión, profeta de la zona y el achique, el técnico italiano ha conseguido instalar sus ideas frente al escepticismo inicial de jugadores e hinchas.Cuando llegó Hiddink se confiaba en la reedición del modelo holandés en el Mundial de Francia. Buen gusto, mucho toque y una cierta indiferencia por los rigores que imponen los sistemas. El tiempo ha transformado estas previsiones en una especie de anarquía contundente. Sin rasgos especiales que definan su juego, el Madrid depende de la pegada de sus jugadores y de la inspiración de cada cual.

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En estas condiciones, el duelo de hoy enfrenta a la inspiración con la organización. Al Madrid le sobran jugadores para ganar el encuentro, pero le falta orden para protegerse. Es un equipo inestable, extraordinariamente sensible frente a los adversarios bien estructurados. Quizá por esta razón el Madrid ha sido derrotado por equipos de estilo muy definido: el Valencia contragolpeador, el hermético Mallorca, el generoso Celta. Tres equipos diferentes en su método y en sus sistemas, pero siempre reconocibles.

En cambio, al Madrid cuesta reconocerle en su fútbol. Probablemente nunca ha contado con tantas estrellas por metro cuadrado, pero Hiddink no ha conseguido adaptarlas a las necesidades colectivas. O le falta mano, o le falta convicción en una idea. Por ahora es un conjunto disjunto. La individualidad ha prevalecido durante toda la temporada sobre los valores comunes. No se sabe si es por el abandonismo de su entrenador o por el vedetismo de sus jugadores, enfrascados públicamente en múltiples quejas.

A Seedorf no le gusta jugar en el ala derecha; a Jarni no le apetece el trabajo de central; a Roberto Carlos le disgusta su nueva posición como carrilero sin carril. Y, mientras tanto, Hiddink no encuentra la forma de complacer a todos. Defensa de cuatro, defensa de cinco, un medio centro, dos pivotes. La inseguridad ha dominado todas sus decisiones. Y, sin embargo, el Madrid tiene una mina. Sólo el Barcelona puede entrar en comparaciones cuando se habla de talento verdadero y capacidad de gol. El frente de fuego resulta amplísimo: defensas, centrocampistas y delanteros marcan goles, y lo hacen de mil maneras, con la dificultad que eso supone para taponarlos.

Las cifras aclaran bastante la situación del equipo. Máximo goleador del campeonato, con 35 tantos, el Madrid ha recibido 24 goles, octavo entre los que más han encajado. La desproporción habla de un desequilibrio evidente entre la defensa y el ataque. En este sentido, el Madrid es incierto por definición: poderoso y vulnerable a la vez.

La mayoría de las carencias colectivas del Madrid las tiene resueltas el Atlético. Estamos ante otro equipo que sabe a qué juega. Otra cosa es que juegue mal, cosa bastante frecuente. Nunca ha sido sencillo combinar la extenuante exigencia de la presión con un fútbol armonioso. Cuando se emplean todos los recursos físicos y mentales para recuperar el balón, apenas queda aliento para utilizarlo con brillantez. Sacchi lo consiguió en el Milan, pero en pocos equipos como aquél se ha reunido la inteligencia, la calidad y el poderío físico.

Al Atlético le falta ingenio. Perdió mucho gol cuando perdió a Vieri, y sin Kiko todo se vuelve predecible. La posibilidad de lo imprevisto sólo nace de Valerón, a falta de que Juninho se suelte el pelo alguna vez. En las circunstancias actuales, el Atlético consigue sus objetivos con esfuerzo, solidaridad y la confianza cada vez más firme en las tesis de Sacchi. Se ha convertido en un equipo vertebrado, precisamente lo que más teme el Real Madrid, cuyo principal defecto es la invertebración. En estas circunstancias, el partido se presenta lleno de atractivos, especialmente a partir de la diferencia de estilos, sin olvidar la trascendencia del duelo. En cualquier momento, la Liga hará crisis en los puestos de cabeza. Ni el Madrid ni el Atlético están en condiciones de dejar que nadie se escape. Y menos que nadie, el vecino de enfrente.

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