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La cárcel

LUIS GARCÍA MONTERO ¿Cómo serán las cárceles del infinito? ¿Qué régimen de visitas, indultos y libertades condicionales seguirán los presos del espacio? Me lo pregunto en el grillete de un atascadero circulatorio, con las calles de la ciudad cortadas para que pase la caravana victoriosa de los astronautas, mientras oigo en la radio noticias sobre el estado de salud de Jesús Gil. El planeta tierra es un circo lleno de políticos y payasos, de gente que convierte en espectáculo su mediocridad, sin ningún sentido del ridículo. Llevar a Jesús Gil a la cárcel es como meter a los astronautas en la farándula de la política granadina: pobres presos, pobres astronautas. Dándose codazos para salir en la foto, algunos se han partido hasta las costillas. Granada, además de contar con la puesta de sol más bella del mundo, cuenta también con las primeras víctimas europeas de la carrera espacial. ¿Cómo serán las cárceles del espacio? La ciencia-ficción invita a pensar en cadenas de hielo o de cristal, en cápsulas viajeras por el universo, en la desintegración atómica de las voluntades. Supongo que será un terror higiénico, una represión clínica y exacta, como las palabras de los poetas puros. Nada que ver con nuestras cárceles, terrenales y conmovedoras como un folletín trágico. El público del circo se preocupa cuando entra en ellas un multimillonario, un político o un terrorista, y olvida luego todo lo demás, los presos comunes, el sida, el narcotráfico, la violencia sexual, el horror de unos muros que actúan más como velo que como defensa. Siempre voy con los presos que intentan la fuga. Unos utilizan la sábana de su cama para descolgarse por las ventanas; otros emplean la sábana de sus contactos políticos y de sus abogados famosos. Vera y Barrionuevo se fugaron de la cárcel, como se fugará Gil, y a mí me parece bien, porque cada cual hace el túnel con lo que puede. La cárcel no es un lugar habitable para nadie, y si no hay un famoso por medio los ciudadanos prefieren vivir en la luna. El alcalde de Granada debería cortar las calles a nuestro paso, porque todos somos astronautas. Por eso recuerdo ahora a la madre granadina que está recogiendo firmas para que no metan en la cárcel a su hijo, un antiguo drogadicto que atracó hace ocho años una farmacia. No le van a dar el indulto, como tampoco se lo dieron al muchacho que fue violado con una barra de hierro, como tampoco se lo darán a los cientos de reclusos que comparten celda con enfermos mentales. Un nuevo plan carcelario distribuye delincuentes enloquecidos entre presos de confianza para evitar suicidios. Nadie evita, sin embargo, que circulen las jeringuillas infectadas, la pena de muerte a través de la sangre. No somos iguales ante la ley, ya lo sé. Pero quien visite alguna cárcel comprobará por las caras de los reclusos que hay una verdad peor: tampoco somos iguales ante la vida. Nos dividimos, por ejemplo, en astronautas norteamericanos y astronautas rusos. Pobres rusos, viajan por el espacio durante meses en una nave con goteras, se arriesgan a que su país se olvide de recogerlos y nadie les ofrece un homenaje.

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