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Miedo

J. J. PÉREZ BENLLOCH La democracia, como es bien sabido, no nos blinda contra las arbitrariedades de los poderes públicos. Ni siquiera nos garantiza que se atenuará el número y desmesura de las mismas. La única ventaja -y no es manca- de un régimen de libertades consiste en que se pueden denunciar, combatir y, a veces, incluso, erradicar algunas. Pero plantarles cara requiere de los individuos unas ciertas dosis de coraje y civismo. Sin este freno, los poderes de toda laya ceden a la inercia o voluntad de hacer de su capa un sayo y barrer para casa, para los suyos, con tanto menos miramiento cuanto mayor es su impunidad por la obsecuencia o amedrantamiento de los ciudadanos. Sería exagerado pensar que en el País Valenciano estamos ante semejante fenómeno de descomposición social, por más ciertas y probadas que sean las marginaciones y discriminaciones que los aludidos poderes perpetran cumpliendo en ocasiones todas las formalidades de rigor, con lo que resultan más odiosas. Es el caso de funcionarios cualificados a los que se les neutraliza por sus opciones ideológicas, de empresarios asfixiados económicamente por no ser contribuyentes a la causa partidaria, de profesionales poco propensos a la adulación, etcétera. Se trata lamentablemente de una práctica común a este y a los gobiernos anteriores, una servidumbre connatural al poder, que soportamos mientras el abuso no se desmadra. Lo grave acontece cuando esta corruptela decanta miedo y éste nos fuerza al silencio o al disimulo. Al parecer, algo así está pasando si damos crédito a las declaraciones del secretario general del PSPV, Joan Romero. Ha venido a decir que se ha reunido con muy principales personas, significativas en sus respectivos ámbitos de actividad, pero que no puede revelar sus nombres por temor -el temor de las personas- a ser represaliadas por el Gobierno. Y relata a este respecto que tan sólo 70 de los 314 expertos que han participado en la elaboración de un documento socialista se han atrevido a firmarlo. "La diferencia es el miedo", apostilla. No cuestionaré que así ocurra, por más que tampoco perciba personalmente tal clima opresivo. Tengo la impresión de que el saldo de perseguidos y castigados no es muy distinto al que arrojaron administraciones socialistas anteriores, aunque eso no atenúe el delito del Gobierno del PP. Sin embargo, ¿qué decir de ese nutrido cupo de personalidades anónimas y acojonadas que Romero señala? Alguna responsabilidad les incumbe, empezando por la de asumir la cuota de riesgo que comporta ser demócrata y gozar de un estatus intelectual reconocido. Con sus cautelas, ingenuas por otra parte, pues todos acabamos conociéndonos en esta aldea, no hacen otra cosa que contribuir al Gulag que se denuncia y a fomentar la impunidad de los opresores. Si ahora callan, ¿qué clase de mudez no les hubiera sepultado en el viejo régimen? Y una apostilla final y de otro orden a las declaraciones del dirigente del PSPV. Evoca éste el mangoneo que ha teñido la reciente concesión de emisoras de FM en el País Valenciano. Una verdad como un templo. Pero bien haría el audaz líder en escudriñar a qué manos fueron y en qué manos ha quedado el cupo de las que en su día adjudicó su partido. Como mínimo le revelará cuán escasa era la vocación radiofónica de los beneficiarios, el por qué andan los socialistas tan desasistidos de antenas y cuánto cinismo derrochan algunos de los que hoy se rasgan las vestiduras por la alcaldada del PP. Estos no tienen miedo a perorar, ciertamente, pero tampoco vergüenza.

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