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El último engaño del "Capitán Timo"

Un falso militar acusado de estafar 1.300 millones finge sufrir un ataque epiléptico para boicotear su juicio

José Manuel Quintia -de 54 años, un empedernido estafador conocido como Capitán Timo- recurrió ayer a un nuevo engaño para eludir el banquillo de los acusados. Cuando ya se había iniciado el juicio contra él y otras siete personas en la Audiencia Provincial de Madrid. Quintia fingió sufrir un ataque epiléptico. Se levantó de la silla, se tiró al suelo y comenzó a patalear, ante el asombro de los asistentes. El ahínco con que exhibió su dolencia no le ayudó a conseguir su propósito: suspender el juicio.De no ser por el médico forense de la Audiencia -que, tras examinarle, dictaminó que el acusado había simulado el desvanecimiento, ya que estaba "consciente y orientado"-, habría sido la tercera vez que Quintia logra aplazar su juicio. En vista del dictamen del forense, la Sección 15 de la Audiencia decidió continuar el juicio, pero sin él. Quintia, para quien el fiscal pide 10 años de cárcel por una supuesta estafa de 1.300 millones, está acusado de timar a pequeños empresarios arrogándose altos títulos militares, desde capitán de fragata hasta coronel del Cesid.

"En este imputado", señaló el presidente del tribunal, Perfecto Andrés Pérez, "hay una actitud reiterada de obstruccionismo al juicio, y se le ha dispensado de estar en sala porque su acción es asimilable a la de quien, estando en un juicio, se niega a declarar o lo boicotea para que se le expulse". El magistrado recordó que no era ésta la única vez que Quintia había intentado abortar el juicio, para el que hay citados casi 200 testigos. Como explicación a las partes, indicó que la vista contra Quintia había sido suspendida dos veces.

La retahíla de fechorías que el fiscal atribuye a Quintia discurrieron entre los años 1992 y 1993. Haciéndose pasar por un capitán de fragata, el llamado Capitán Timo estafó presuntamente 1.300 millones de pesetas en operaciones en las que se hacía pasar como un intermediario militar para contrataciones con el Ministerio de Defensa.

Hombre fértil en recursos, Quintia estafó a decenas de particulares ofreciéndoles supuestos y millonarios contratos públicos. El boato que precedía a sus engaños engatusaba a sus víctimas: llegaba a las citas en lujosos Mercedes y siempre rodeado de falsos guardaespaldas.

Uno de las acciones ilícitas que le atribuye el fiscal es la siguiente: en mayo de 1991 se disfrazó de capitán de fragata, y con el nombre de José Manuel Cervera de Prada, llegó en un Mercedes con banderita de España en el alerón a la puerta de la empresa madrileña R. M., dedicada a las telecomunicaciones. Junto a él, cuatro hombres bien trajeados y con gafas oscuras a los que presentó de soslayo como sus guardaespaldas. Allí compró 132 teléfonos para supuestos vehículos militares, que pagó al contado. El dinero, soltó arrogante, "es de los fondos reservados". Con ésta y otras compras posteriores, Quintia se ganó la confianza del gerente de la empresa. Tiempo después le propuso un negocio: con su ayuda, podría adquirir los teléfonos para su tienda, más baratos, en la bases estadounidenses de Rota y Torrejón. Él le pondría en contacto con las personas adecuadas, al tiempo que le pidió 20 millones de pesetas para los preparativos. Conseguidos los 20 millones, se esfumó.

Otra de sus estafas, fraguada en octubre de 1993, la llevó a cabo fingiendo ser un coronel del Cesid. A través de la sastrería que le proporcionaba los uniformes militares, consiguió una entrevista con el propietario de unas de las ópticas más importantes de España. Se entrevistó con el gerente y le hizo la siguiente oferta: el Ministerio de Defensa necesita gafas de sol Ray-Ban y está dispuesto a pagar el par a 5.600 pesetas. Yo puedo conseguírselas a usted, le dijo, en las bases militares estadounidenses a 3.100 pesetas. Más tarde se presentó en la empresa con un falso documento, firmado por un general, en el que Defensa adjudicaba a esta óptica el contrato de adquisición de 400.000 gafas. La óptica, engatusada por el falso contrato, adelantó 88 millones de pesetas a Quintia para que él comenzase a comprar la gafas en las bases americanas. Desapareció con el dinero.

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