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Entre el ayuno religioso y el hambre real

Los rusos olvidan temporalmente la crisis económica para celebrar la Navidad ortodoxa

En tiempos soviéticos, la televisión reservaba sus mejores películas para el 6 de enero, la Nochebuena ortodoxa, en un intento de que la conmemoración, borrada del calendario, pasase lo más desapercibida posible. Anteanoche, sin embargo, siete años después de que la URSS saltase en pedazos, el principal canal estatal ruso retransmitió en directo la liturgia oficiada en la catedral moscovita de la Epifanía por el patriarca Alejo II.Entre los diputados, ministros y otros políticos presentes se encontraba el primer ministro, Yevgueni Primakov, ex jefe del espionaje exterior y, durante décadas, miembro del partido que aplicó y exportó la antidoctrina de que la religión es el opio del pueblo. El presidente Borís Yeltsin destacó en su mensaje al patriarca que "Rusia es impensable sin la Iglesia ortodoxa, uno de los pilares del Estado".

Era el enésimo reconocimiento de una situación de privilegio plasmada en la ley sobre Libertad de Conciencia y Asociaciones Religiosas, muy criticada por otras confesiones, incluida la católica.

La Rusia poscomunista, inmersa en una errática búsqueda de sus señas de identidad, registra un renacer religioso que se propicia desde el poder y contra el que ni los comunistas se atreven a arremeter. Es difícil saber cuántos rusos se consideran cristianos, pero un reciente sondeo de opinión reflejaba que el 60% de ellos planeaba celebrar este año la Navidad a la manera tradicional.

No todos ellos, sin embargo, llevaron las cosas al extremo de respetar el día 6 un rígido ayuno que sólo debía romperse cuando la noche mostrase su primera estrella. Y muchos menos fueron aún los que, durante 40 días, cumplieron el precepto de no tomar carne, huevos o productos lácteos, así como de abstenerse del sexo y los espectáculos profanos para purificar sus almas.

El ayuno, que lo hubo y lo sigue habiendo, estuvo y está relacionado con la más grave crisis económica de los últimos tiempos, que tiene a millones de trabajadores y pensionistas sin cobrar sus atrasos, con los ahorros bloqueados en los bancos en crisis y con precios disparados.

Los rusos, 40 millones de los cuales están por debajo del umbral de la pobreza, han celebrado la Navidad debiendo cada uno a Occidente una cantidad superior a su sueldo de un año, echando mano de los dólares (unos 40.000 millones) que tienen debajo del colchón y con el rublo a un cuarto del valor que tenía en agosto respecto al billete verde estadounidense.

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Alejo II no eludió esta realidad al referirse en su mensaje navideño a "la terrible pobreza, la pérdida del dinero ganado honestamente, el alto nivel de delincuencia e inmoralidad, la hostilidad interétnica y la crisis de la educación, la cultura y la sanidad".

Curiosamente, durante las fiestas, que se iniciaron con la "otra Navidad", la occidental, y que no se cerrarán del todo hasta la Nochevieja ortodoxa (la del 13 al 14 de enero), se registró una fiebre consumista que produjo el espejismo de que la crisis se había esfumado. Sin embargo, a la vista de joyerías y concesionarios de automóviles que casi se quedaron sin existencias, cobra más fuerza otra hipótesis: que se aprovechan los últimos días antes de que sea obligatorio justificar el origen del dinero con el que se pagan bienes de alto precio.

Éste será un año clave para Rusia, en el que se despejarán incógnitas tan importantes como si la crisis toca fondo y si Yeltsin puede agotar su mandato, que termina en julio del 2000. El presidente pasa estos días en una de sus residencias campestres preparando, entre otras cosas, una visita a Francia prevista para finales de mes. Hace un mes, nadie apostaba un rublo a que volviese a viajar al extranjero. Si el líder del Kremlin viaja, lo que está por ver, la atención se fijará inevitablemente en si es capaz de mantener el tipo, antes incluso que en el contenido político y económico de su misión de Estado.

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