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EL NACIMIENTO DEL EURO

El euro competirá con el dólar desde el lunes

Una ceremonia sobria culmina la creación de la moneda única, que valdrá para siempre 166,386 pesetas

Europa es hoy más vigorosa. La vieja Europa, siempre ensimismada en sus carencias y a veces paralizada por la complejidad de su lenta marcha hacia la integración, dio el 31 de diciembre de 1998 un paso de gigante. Tras años de penas, de dudas, de inmensas vacilaciones, de querellas internas, ha sabido crear su mejor imagen de marca: el euro, su moneda. Una divisa con el respaldo de 11 países y que a los españoles les costará, para siempre, 166,386 pesetas, ligeramente por debajo de las 166,535 que valía un ecu el día 30. La diferencia porcentual (0,089%) es similar en todas las monedas. Una ceremonia sobria pero emotiva coronó el alumbramiento de la moneda única europea. Más de 40 años de proceso de integración europea, casi 30 de ilusiones en pos del sueño de la unión monetaria, se resumieron en una puesta en escena típicamente comunitaria. Una aburrida sesión del Consejo de Ministros de Economía y Finanzas (el poderoso Ecofin) dio su visto bueno a la propuesta de cambios fijos e irreversibles presentada por la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Desde entonces, el euro existe, y desde el lunes competirá con el dólar, el yen y otras divisas.

Existe, pero aún no se palpa. Casi nada cambiará para los ciudadanos de a pie, que tienen aún tres años por delante -hasta el 2002- para manejar sus viejas pesetas, sus robustos marcos, sus aquilatados francos. Pero quien quiera podrá desde el próximo lunes comprar y emitir deuda en euros, pagar sus impuestos, redenominar el capital social de las empresas en la divisa europea. También las acciones de las bolsas cotizarán en euros. Habrá 36 meses para acostumbrarse al euro, para calcular los precios en pesetas y en moneda europea. Desde el 1 de enero del 2002 se podrá manejar ya billetes y monedas. Desde el 1 de julio de ese año -es posible que sea en marzo- ya sólo habrá euros. Entonces dejarán de circular las 11 monedas que lo componen. Todos los ministros intervinieron para celebrar el alumbramiento de la mayor cesión de soberanía nacional desde la creación del mercado común, en 1957, cuando se firmó el Tratado de Roma. El francés Dominique Strauss-Kahn, para subrayar precisamente lo contrario. El euro es una "doble conquista de soberanía y de identidad" porque es "un instrumento de control de la mundialización", es un símbolo "del rechazo a la sumisión frente a movimientos de mercado que son a veces irracionales" y eso no hace sino "afirmar la fuerza de Europa frente al mundo". "Europa será más fuerte que en el pasado porque a partir de ahora, en materia monetaria, hablará con una sola voz", remarcó.

Su presencia contrastó con algunas grandes ausencias. Una comprensible, la del canciller del Exchequer (ministro de Hacienda británico), Gordon Brown. No hubiera sido más que un convidado de piedra el representante de un país que nunca ha querido la moneda aunque ahora se plantea ingresar porque, ya que existe, vale más disfrutarla que combatirla.

Tampoco consideró necesario interrumpir sus vacaciones el superministro alemán Oskar Lafontaine. Líder de los socialdemócratas alemanes y representante de la ortodoxia de su partido en el nuevo Gobierno del canciller Helmut Schröder, envió al menos a su segundo, con rango de ministro de Economía, Werner Müller. Su ausencia molestó y quizá algunos se la recordarán cuando en los próximos seis meses, en los que Alemania ejercerá la presidencia de turno de la UE, se vea obligado a apelar a la necesidad de que todos realicen sacrificios en la delicada negociación financiera que se avecina. Él ha sido el primero en negarse a sacrificar sus vacaciones en un día histórico para Europa. Quizá porque ha preferido no asistir a la defunción legal del marco alemán. Se limitó a publicar un comunicado subrayando la necesidad de que el euro sirva "para estimular el crecimiento" y para dar carta de naturaleza "a una política económica centrada en el empleo".

La ausencia de Lafontaine es un símbolo de que no todos los europeos parecen haberse dado cuenta de la importancia de lo que ha ocurrido. Las pomposas palabras pronunciadas por los ministros no ocultan que la llegada del euro se ha producido con sordina. Discursos, unos sorbitos de champaña y 3.000 globos es todo lo que supo escenificar la UE en uno de sus días más gloriosos. Un día que rejuvenece a un continente a menudo dado por moribundo y a un movimiento de integración que desde hace años parece alejarse de las preocupaciones de los ciudadanos. "Nuestro continente sólo es viejo cuando duda de sí mismo. Cuando no duda, Europa tiene una juventud que siempre sorprende al mundo", sintetizó con su habitual clarividencia el primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, que ya estuvo en el Consejo Europeo que, en Maastricht, empezó a hacer realidad la quimera de la moneda única europea.

Síntomas de fortaleza

La nueva realidad no sólo tiene un nombre, sino unas cifras. Un euro costará para siempre 166,386 pesetas, 1,95583 marcos alemanes, 6,55957 francos franceses. Y así, hasta las 11 monedas que lo componen (véase el gráfico). Desde ahora, esas paridades, fijadas de acuerdo a la parrilla de cotizaciones de las monedas que forman el euro en el Consejo Europeo del 2 de mayo, son irreversibles. Esas 11 monedas ya no cotizan entre sí ni por separado frente a ninguna otra. Lo hacen conjuntamente, en nombre de sus 11 economías, que son las que dan respaldo al euro frente al resto del mundo. Y de momento cotizan con fuerza. Hoy se necesitan 1,16675 dólares para comprar un euro. En mayo pasado, cuando se decidió qué monedas lo compondrían, se necesitaban 1,0905 dólares para comprar un euro. Un síntoma de fortaleza.

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