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El baño, al desnudo

Dos arquitectos recogen en un libro la evolución histórica de la higiene corporal y del cuarto de aseo

El rey Alfonso VI prohibió las casas de baños porque enervaban el ánimo de los guerreros y los conducían al afeminamiento y morbidez. Carlos III se lavaba y ordenó limpiar Madrid, que apestaba, decisión a la que los médicos se opusieron porque podía resultar perjudicial para la salud. Felipe V era tan sucio que no se cambiaba nunca de ropa, ni siquiera para dormir. La limpieza, asociada a la higiene, es un concepto de finales del siglo XVIII, cuando comenzaron a aparecer los primeros baños en las viviendas. Dos arquitectos, Justo García Navarro y Eduardo de la Peña Pareja, han recogido la evolución de la higiene corporal y de la habitación de aseo a lo largo de los siglos. El cuarto de baño en la vivienda urbana, publicado por la Fundación del Colegio de Arquitectos de Madrid, pretende llenar un vacío en la historia de la arquitectura, en la que esta estancia ha estado marginada. Se trata de un recorrido que empieza en la antigüedad (los baños de piedra escalonados de los incas, las saunas celtas, los del palacio minoico de Cnossos, del siglo XX antes de Cristo). Los autores distinguen dos formas de realizar la limpieza corporal en la historia de la humanidad, basadas en dos conceptos, el regenerador y el higiénico, que no aparece hasta el siglo pasado con las nuevas teorías de la medicina que atribuyen al agua carácter curativo. Es cuando el cuarto de baño llega a la vivienda.

Roma acogió el baño termal como sistema oficial de regeneración. A partir del siglo I antes de Cristo, los edificios destinados al baño se multiplican por todo el Imperio Romano. Los musulmanes transformaron el sentido social de las termas como parte de su credo religioso. En la Edad Media, la limpieza se mantuvo como costumbre o acto social. "El ciudadano no se lavaba porque estuviera impuro o sucio, sino por mera rutina social, por enfermedad o por razones supersticiosas", dicen los autores.

Cristianos, musulmanes y judíos compartían los mismos baños por turnos. El Fuero de Teruel, de 1195, prescribía: "Los varones vayan al baño común en martes, jueves y sábado. Las mujeres, en lunes y miércoles. Los judíos y los moros vayan el viernes y de ningún modo en cualquier otro día. El día del domingo, por la reverencia a la Resurrección de nuestro señor Dios, no se caliente el baño...". En la mayoría de los casos, los edificios que se utilizaban eran los construidos por los musulmanes, aunque hubo también establecimientos públicos levantados por los cristianos en épocas posteriores a la Reconquista, como los baños románicos de Girona, del siglo XII, un monumento único en Europa.

Hacia el siglo XII, con el nacimiento de la burguesía, aparecieron amplias bañeras portátiles en las viviendas importantes, una réplica modesta de los antiguos baños termales palaciegos. La familia entera y sus invitados se bañaban juntos. "Los baños públicos tienen su mayor esplendor hasta el siglo XV. Bañarse constituía un acto social, que se acompañaba de otras actividades: se charlaba y se comía ", indica García Navarro.

En el siglo XVI empiezan a cerrarse estos locales por razones políticas, sanitarias y morales. Los tumultos y desórdenes que en ellos se originaban, su utilización por prostitutas y el temor a la arabización y a las epidemias fueron los motivos del cierre. El baño cae en desuso y comienza una etapa de suciedad generalizada en todas las clases sociales que se prolonga hasta el siglo XVIII. "Había algunos baños en palacios, pero constituían un simple adorno o eran utilizados por las mujeres para mantener la belleza, no por motivos de higiene. No se bañaban nunca o casi nunca", afirma Peña. Una cita del libro ilustra el estado de inmundicia de las calles: Laurent Vital cuenta que en 1517, en Valladolid, al confesor de Carlos V, el abad D"Aumont, le cayeron "uno de esos vertidos domésticos que venían de lo alto súbitamente y sin aviso".

A finales del XVIII y principios del XIX aparecen los primeros cuartos de baño en las viviendas, que suelen ser colectivos. No es hasta el término de la I Guerra Mundial cuando se producen masivamente. En la década de los sesenta surgen algunos tipos experimentales: el cuarto de baño empaquetable de Arthur Quarmby, que cabía en una caja; el giratorio de Bucher, en el que el usuario no precisaba moverse, o el que diseñó Masanoru Umeda, con ruedas.

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