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Tribuna
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El niño

Elvira Lindo

A alguien se le ocurrió la idea de organizar una cena de Nochebuena para solitarios en San Sebastián de los Reyes. Y la cena que pretendía consolar a los solitarios de la ciudad-dormitorio tuvo que suspenderse porque sólo acudió un solitario, el solitario entre los solitarios. Mal hecho. Ese ser único se merecía una cena para él solo, con veinte camareros que le tiraran espumillones y una orquesta que después de cenar interpretara un popurrí de villancicos deprimentes. El solitario se marchó a casa con la idea de escribir, como un poema o algo así, por la cosa de que la tristeza y la creatividad van siempre de la mano. Se le venían a la cabeza los grandes solitarios de París o los de Nueva York, esos que aparecen en los cuadros de Edward Hopper o en los cuentos de Raymond Carver, pero a nuestro solitario no le salía ningún poema con un solitario en San Sebastián de los Reyes. Se acostó convencido de que hay soledades de tercera.Un amigo mío que perdió a su familia poco a poco quiso acudir a la cena de solitarios, pero San Sebastián de los Reyes le pillaba lejos, así que optó por darse una vuelta por el Viaducto con el run-run en la cabeza de que un ciudadano en Nochebuena y sin familia es la escoria de la sociedad, lo último, casi peor que un solitario en San Sebastián de los Reyes, y a pesar de que yo había hablado horas antes con él por teléfono y le había dicho para consolarle: "¡Claro, qué fácil es para ti mitificar a la familia en Nochebuena ahora que los tienes a todos muertos!", eso le puso peor, y paseando por el Viaducto tuvo un arranque y echó a correr desde el comienzo de la calle de Bailén con el fin de tomar carrerilla y lanzarse al vacío, como se tiran los horteras en las piscina de mi barrio, desde muy lejos y haciendo la bomba.

Pero mi amigo se fue a dar con las mamparas que el Ayuntamiento ha puesto para preservar la vida humana y tuvo que irse a urgencias con la nariz destrozada y el propósito de alzar su más enérgica protesta al alcalde por atentar contra las libertades individuales. Allí se encontró con efectivos del Samur que atendían de urgencias a familiares que habían sido atacados por otros familiares en esa fecha tan familiar que es la Nochebuena. En la televisión local un enfermero decía: "En Nochevieja no recogemos a los heridos y a los borrachos por la calle; en Nochebuena, al ser una fiesta más familiar, los recogemos en sus propias casas". Para mi amigo ha sido una experiencia definitiva, ahora desea ser camillero para contemplar hasta dónde llegan las consecuencias del amor, el alcohol y las grandes verdades dichas a la cara por estas fechas.

Ninguna de estas espantadas llama la atención en Navidad, porque a final de año todos subimos nuestro nivel de locura, y el rencor y la furia son tan comunes como los buenos deseos. Pero hay locos que resumen la locura de los desconsolados por la felicidad ajena. Este loco, loco superior entre la locura colectiva, se acercó el año pasado a la Puerta de Alcalá, donde un grupo de madrileños felices disfrutaban con la visión del belén, y sin ningún titubeo, como designado por un ser supremo, entró en el famoso portal, y agarrando por la pierna al no menos famoso Niño Jesús, salió corriendo y gritando al público estremecido:

"¡Se acabó el belén! ¡Ya está bien de tanto tanto con el Niño! ¡Se ha acabado la Navidad de una puta vez, todo el mundo a casa! ¡Tanto tanto!"

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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