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Conversaciones de paz

Éste que ahora termina quedará en la memoria de todos como el año en que ETA anunció el cese incondicional e indefinido de sus acciones violentas. El carácter incondicional de la decisión puso de manifiesto la inanidad de toda una larga historia de búsquedas de contactos, tomas de temperatura, envío de emisarios y otras audaces iniciativas encaminadas a que ETA abandonara las armas a cambio de no se sabía muy bien qué cosas. Como era evidente hasta para los más lerdos, la única conclusión que la organización terrorista podía deducir del anuncio de la llegada de mensajeros era la de una extrema debilidad, casi una llamada de socorro, del Gobierno. La respuesta no podía ser otra que golpear con más fuerza en la seguridad de que el débil siempre se muestra generoso con el fuerte cuando éste deja de pegarle.Dos años después de la ruptura de todos los contactos, y sin necesidad de recibir mensaje alguno del Gobierno, ETA decidió abandonar las armas cubriendo la retirada con la botadura del Pacto de Estella. Es pronto para tener cabal idea de las causas de ese desestimiento, pero algo ha debido de contar el hecho de que el Gobierno se negara a establecer contactos, poner termómetros y enviar carteros al domicilio de la organización. El coste de esa negativa fue enorme: todavía no hace un año que caían abatidos en una tranquila calle de Sevilla un concejal del Partido Popular y su mujer. Pero el Gobierno no sólo no reconsideró su política, sino que se reafirmó en ella a pesar de los catastróficos augurios de quienes juzgaron como una temeridad la firmeza política y la fortaleza judicial en la condena de la Mesa de HB, el desmantelamiento de las redes de financiación y el cierre del diario Egin.

Han pasado tres meses de la decisión de ETA y el carácter indefinido del cese de la violencia parece en vías de convertirse en definitivo. Como se supone que esa transición no podrá lograrse sin conversaciones de paz, de nuevo todo el mundo habla de contactos, y no faltan candidatos a presentarse como intermediarios. Es curioso, sin embargo, el grado de desconcierto en que navegan estos voluntarios, acostumbrados como estaban a ser gestores de una situación en la que la muerte se daba por descontada. El PNV, por ejemplo, ha perdido hasta tal punto su lugar que cada vez que abre la boca suena como a lejano eco de HB, tanto es su temor a la pérdida de hegemonía en el frente nacionalista que él mismo ha impulsado; y la alta clerecía vasca no sabe literalmente qué hacer, si predicar reconciliación sin arrepentimiento, pedir perdón con la boca chica, o echarse ceniza sobre la cabeza para que Dios misericordioso no la vomite por su tibieza a la hora de manifestar solidaridad con las víctimas. Todos, sin embargo, se muestran acordes en una idea: es preciso iniciar cuanto antes, con valentía, conversaciones de paz.

¿Conversaciones de paz? Bueno, así será si así les place, aunque aquí no haya declarada ninguna guerra a Euskadi. De lo que se trata, naturalmente, es de que ETA anuncie la transformación de lo indefinido en definitivo. ETA querrá hacerlo rodeada de toda la pompa habitual en tan solemnes ocasiones: un intercambio previo de comunicados exponiendo sus condiciones, contactos exploratorios de ministros plenipotenciarios de ambas partes, una mesa para sentarse frente a frente con el Estado, una negociación a dos bandas con el Gobierno, algún canje de víctimas o prisioneros como prueba de buena voluntad, una especie de tratado, una firma, un anuncio público, una celebración. Así suelen desarrollarse las conversaciones de paz. El Gobierno, que hasta ahora ha conducido con serenidad y firmeza su política antiterrorista, sin atajos y sin buscar brillantes resultados a corto plazo, tendrá que ver si semejante escenario es el más adecuado para perseguir el único fin posible de las anunciadas conversaciones: restañar en Euskadi las heridas abiertas por tanto crimen y evitar una irreparable fractura de la sociedad.

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