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Tribuna:LAS CLAVES DE LA SEMANA
Tribuna
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Más distantes que nunca

Hace ocho días, en el recinto de la Feria de Alicante, el presidente Eduardo Zaplana, en tanto que líder del PP, se reunía con lo más granado de su partido en las comarcas del sur para celebrar la Navidad, y algo más. Ante casi millar y medio de eufóricos comensales, el indiscutido dirigente proclamó un deseo que palpa como realidad: los populares obtendrán la mayoría absoluta en los próximos comicios. Los sondeos de opinión para consumo interno del equipo dirigente confirman esta tendencia que vendría a ser -a juicio del Molt Honorable- el premio debido a una fuerza política "que es vanguardia de España y puede convertirse en vanguardia de Europa". ¡Toma ya! Nada importaría tal estado de exaltación si se aderezase únicamente para gozo y jolgorio de la clientela partidaria. No sólo están en su derecho a regalarse los oídos, sino que, además, puede ser muy cierto y factible que los populares se basten para gobernar sin la servidumbre de una coalición que, de repetirse, les costaría mucho más que unas cuantas porciones del pollo. Librarse de esa hipoteca, siquiera sea virtualmente, les autoriza la fiesta. Lo grave es que esta prepotencia anticipada les induzca a ejercerla procediendo como elefante en cacharrería en algún asunto, como el de la composición de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, que requieren dosis crecientes de finezza para recomponer un diálogo posiblemente agotado para largo tiempo. Y esto es lo que ha venido a ocurrir cuando los estrategas del PP -¿o ha sido una genialidad del gran estratega?- han envuelto en un mismo paquete la negociación acerca de los académicos elegibles y el nombramiento del representante socialista en el consejo de RTVV, así como otras designaciones menores. Sabían o debían saber los populares que en el seno del PSPV no soplan vientos favorables a cerrar el asunto de la Acadèmia antes de las elecciones a fin de que Zaplana no se cuelgue la medalla. Cualquier pretexto es válido para bloquear y aplazar la solución al problema. Condicionar el citado nombramiento televisivo ha sido suficiente para encrespar los ánimos y dejar desairado al secretario general del PSPV, Joan Romero, que, él sí, pugna por hallar y casi en solitario entre los suyos una salida a este conflicto lingüístico. El mismo hecho de agudizarlo en vísperas del comité nacional socialista, celebrado el miércoles pasado, se interpreta como un sutil intento de sumarle dificultades a las no pocas que para el repetido Romero se concitaban en esa asamblea. Presentarse ante la misma con las manos vacías, después de tan larga y demorada negociación, no constituía el mejor viático para reafirmar el liderato y propiciar una tregua entre las banderías del PSPV. Sin embargo, y a pesar de los turbios augurios, el trance se resolvió con la lógica esperada de quien está contra la espada y la pared, como es el caso socialista. Las discordias internas no se resuelven, pero se aplazan hasta después de junio, cuando las urnas hayan revalidado o no la renovación romerista. Como es evidente, la euforia de este cónclave no ha sido ni de lejos equiparable a la constatada en el ágape alicantino más arriba reseñado. ¿Inconsciencia o temeridad? Como nota al margen de los desarreglos socialistas me parece glosable la información de Ferrer Molina en El Mundo y por la que hemos sabido que Joan Lerma confidenció con Joan Romero y le trasmitió sus reservas sobre el atractivo electoral de Ana Noguera, la candidata del PSPV al Ayuntamiento de Valencia. Vaya por Dios, éramos pocos y nos pare la burra. Como es obvio, el "piropo" lermista ha causado estupor entre sus críticos tanto como entre sus leales, que no aciertan a interpretar esta imprudencia en un tipo tan circunspecto como el ex presidente. Dando por buena la noticia, que fuentes del partido niegan con firmeza, lo que nos resulta más llamativo no es tanto el parecer del anotado dirigente -que bien pudo habérselo ahorrado-, sino la inconsciencia o temeridad de los filtradores. ¿Qué fin persiguen al acrecer los obstáculos de la candidata, que dicho sea de paso se está dejando la piel en una cruzada que es lo más parecido a una escalada hacia lo imposible? Con navajazos de este jaez está claro que Noguera tiene el adversario en casa, y no es necesariamente Lerma. La ciudad más marchosa Esta referencia municipal nos evoca un problema que es un quebradero de cabeza para los organizaciones vecinales de Valencia y que lo será sin duda para muchas otras ciudades a lo largo del país. Estamos pensando en esa descabellada iniciativa de la Consellería de Presidencia mediante la que, si Dios o la protesta de los administrados no lo remedia, se equiparará la actividad de pubs y discotecas. Dicho de otro modo: las ciudades van a resultar más marchosas, cualquier borrachería podrá montar sus espectáculos y el desmadre decibélico, que ya es escandaloso, puede confirmarnos como el país más ruidoso e inhabitable de Europa. Alguien, sin duda, se ha vuelto loco o es demasiado sensible a los intereses de la industria del ocio. Me cuesta creer que el delirante o sonado sea el titular de ese departamento, José Joaquín Ripoll, tan modoso en sus maneras, pero a él le tocará cargar con el muerto, si llega a producirse. El habrá de constituirse en cabeza de turco por esta barbaridad que se cuece y por la otra, no menos irritante, cual es la desgana que se exhibe acerca de la prometida y nunca tramitada ley de contaminación acústica que tan inermes nos tiene ante una de las maldiciones de nuestro tiempo: el ruido urbano. Claro que en punto a este capítulo estruendoso tiene uno la impresión de que casi toda la clase política está sorda.

Consuelo Ciscar,

directora general de Promoción Cultural, concluye el año y seguramente la presente legislatura conservando íntegramente el crédito del siempre alborotado universo valenciano de la cultura. La fórmula ha sido tan sencilla como raramente aplicada: mucho trabajo, racionalidad, transparencia y ninguna discriminación intencionada. De tener más dinero, lograría prodigios.

Corrupción en la Sanidad Pública

Cuentan que cuando los socialistas fueron desalojados del gobierno autonómico y, por ende, de la Consejería de Sanidad, olvidaron traspapelado en este departamento un informe que denunciaba ciertas corruptelas en el laboratorio de bioquímica del Hospital Clínico de Valencia. Por fortuna, este documento cayó en probas manos y se investigaron los indicios que se apuntaban. Las consecuencias provisionales han sido la suspensión de empleo a dos médicos y un ATS, asimismo imputados judicialmente. La presunta -pero inveterada- irregularidad consistía en utilizar los recursos públicos para analizar muestras de las clínicas privadas. Meses atrás, y a raíz del brote de hepatitis C, afloraron asimismo una serie de comportamientos que, como mínimo, resultaban chocantes. Tal era, por ser el más descollante, el don de ubicuidad que exhibían algunas eminencias médicas para atender simultáneamente trabajos y responsabilidades sanitarias en distintos centros y hasta sin desatender sus consultas particulares. Soslayaremos por ahora otros dislates que a menudo airean miembros de la clase facultativa que sirven con pulcritud y rigor a la sanidad pública. Por más que resulte lamentable, no debiera escandalizarnos que aparezcan de vez en cuando desahogados, tratándose especialmente de un sector tan vasto como el de la medicina pública. La picaresca es muy anterior a éste y a cualquier otro invento, y en este país siempre ha encontrado tierra abonada. Pero a estos tramperos se les puede sentar la mano mediante las debidas y severas inspecciones. Sin embargo, este remedio será dudosamente eficaz para erradicar las viejas y renovadas corruptelas que decanta la frecuente confusión entre la práctica médica pública y privada. Por inercia y lucro, éste suele ser parásita de aquella cuando no se delimitan con precisión sus respectivos ámbitos. Antes o después habrán de reconsiderarse las incompatibilidades que, tal como se observan, constituyen un venero de trapicheos y costes añadidos a los dineros de todos. ¿Será por falta de médicos? Médicos sobran, lo que no abunda es la voluntad política de afrontar decididamente la rémora que comentamos y a ciertos clanes que la fomentan.

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