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El lenguaje

Por alguna casualidad había oído más de un comentario comparando la riqueza de vocabulario de los hispanoamericanos con nuestra menguada capacidad de expresión oral y escrita. Lo recordé escuchando una conferencia -la primera de un ciclo que continuará en enero- el día de la inauguración de la espléndida exposición Austria. Arquitectura en el siglo XX. (Por cierto: merece la pena ir a verla, con tiempo por delante, porque ocupa muchas salas del Museo de Arte Contemporáneo y ofrece una perspectiva de todo un siglo de arquitectura vienesa magnífica, con fotografías y dibujos admirables). Lo recordé en aquella conferencia, en la que se proyectaban imágenes de edificios magníficos, porque no había forma de entender lo que explicaba el orador tropo tras tropo, a través de una unidad positiva de concatenación de los distintos elementos, con visiones canónicas de lo tectónico, una interpretación protofuncionalista de los estilemas y no sé cuántas lindezas más, porque apenas podía escribir en mi cuaderno con las luces apagadas. Un lenguaje críptico, le llaman. Tengo entendido que hubo un momento en el que se puso de moda hablar así entre los arquitectos. Digo yo que un buen uso del lenguaje, ni siquiera utilizando toda la terminología científica necesaria implica tanta dificultad. Entre la complejidad de un discurso oscuro y confuso y la opinión de ¡vaya guay, tío! que expresan algunos entrevistados en la televisión hay un espacio muy amplio para gratificar el entendimiento con toda suerte de juegos lingüísticos. Contaba Carlos Gurméndez que se encontró a un indio boliviano recostado en la escalinata de un templo y le preguntó: "¿Qué hace usted ahí?" El indio le contestó: "Estoy tristeando". Para una respuesta tan clara, poética y culta no había necesitado estudios especiales; sólo saber lo que quería decir y una buena práctica del lenguaje. No es tanto problema de cantidad como de calidad; quizá nosotros hablemos menos, pero, sobre todo, hablamos muchísimo mejor. Algo estamos haciendo mal para avanzar tanto en unas direcciones y tan poco en otras.BEGOÑA MEDINA

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