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FÚTBOL PRIMERA DIVISIÓN

Kovacevic golea y hurta la fama al Celta

El ariete realista se coloca en el punto de mira del Juventus

Mikel Ormazabal

Los buenos futbolistas escogen el lugar y el momento adecuado para aparecer, y no dan explicaciones. Darko Kovacevic, a quien le seguían desde el graderío los ojeadores del Juventus, protagonizó sin excepción todas las acciones de gol de la Real Sociedad. Marcó dos y no salió a hombros porque no procede en este escenario. El ariete yugoslavo, que ya ha anotado 15 tantos esta temporada, es carne de fichaje. Mientras tanto, será la estrella donostiarra.Cualquier estrategia de aproximación para amedrentar al enemigo tiene un destino: Kovacevic. Atrae para sí todos los balones, cuando no se ocupa él de conducirlo hasta la portería. Contra el Celta se repitió algo usual en Anoeta. La Real apeló a la persistencia sin florituras y el Celta jugó con demasiada prudencia y sin claridad de ideas. El quid de la cuestión estuvo en el goleador realista, que insiste allí donde está hasta conseguir su deseo: el gol.

REAL SOCIEDAD 2 CELTA 0

Real Sociedad: Alberto; Fuentes, Antía, Pikabea, Aranzabal; Gómez, Gracia, Sa Pinto (Jauregi, m. 67), De Pedro (Idiakez, m. 79); Kovacevic (Mutiu, m. 87) y De Paula.Celta: Dutruel; Michel Salgado, Eggen, Cáceres, Berges; Mazinho, Makelele; Karpin, Revivo, Tomás (Mostovoi, m. 63); Juan Sánchez. Goles: 1-0. M. 37: Kovacevic recoge un balón cerca del área pequeña y remata a media vuelta. 2-0. M. 86: Kovacevic aprovecha una salida en falso de Dutruel. Árbitro: Pérez Burrul, cántabro. Mostró cartulinas amarillas a Fuentes, Gómez, Kovacevic, Antía, Tomás, Mostovoi y Karpin. Unos 23.000 espectadores en Anoeta. Antes del partido los jugadores del Celta y Verónica Olivares, novia de Aitor Zabaleta, hicieron una ofrenda floral junto a una foto del seguidor realista fallecido. Se guardó un minuto de silencio y se desplegó un gran mosaico blanquiazul que con el nombre de Aitor.

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El partido se caracterizó también por la voluntad que mostraron los dos técnicos en sus planteamientos. Ordenaron marcajes tolerantes -zonales-, a veces descuidados, y el fútbol lo agradeció con ráfagas de juego brillante, pero no tan intenso como las embestidas del viento, el principal enemigo de los contendientes.

El viento entorpeció el desarrollo del partido, lo frenó o aceleró a su antojo, siempre sorprendiendo a los futbolistas y perjudicándoles las más de las veces. El Celta se comportó incómodo, desorientado, se trabó del centro hacia arriba, y cuidado que posee jugadores capaces técnicamente de organizarse mejor. Sin embargo, Karpin fue una caricatura, a Revivo le desconcertó la ubicación, alejado de la banda izquierda, y Mazinho y Makelele sólo estuvieron para defender y mirar al contrario.

La partida tuvo en el argentino Gómez a otro salvador, y el público le aclama cual héroe de guerra. Defiende tan amplio perímetro alrededor de su figura que los demás sólo tienen que ocuparse de la pelota. Como Sa Pinto se minimizó y De Pedro se contagió de la compañía abúlica de Karpin y, al parecer, firmaron un pacto de no agresión, ya se encargó Gómez de adecentar el juego, y por adecentar entendió manejar el cuero y el partido a sus anchas.

El Celta, sin reacción

La Real empleó un juego más depredador que lírico y aprovechó que el Celta fue una arquitectura de sombras. Los realistas advirtieron la presencia de un delantero solitario enfrente, lo que indicaba una reducción del trabajo en retaguardia, presunción acertada, porque ni Karpin ni Revivo reforzaban el ataque y tampoco se sumaba desde atrás Makelele como acostumbra.Al principio el juego fue sosegado, al modo parsimonioso y elegante que ordenaba Gómez. Cuando marcó Kovacevic y el Celta no reaccionaba, la Real cedió terreno, persuadido de que las grandes hazañas se consiguen cogiendo por sorpresa al adversario. Las precauciones distinguieron el juego celeste, cuyos jugadores pervirtieron su fama durante casi una hora. Víctor Fernández apreció dónde hacían ruina sus muchachos, en la forma de llegar a la portería, y llamó a Mostovoi. El ruso trató de poner más verticalidad sobre el campo, justo de lo que adolecía su equipo hasta entonces. Entró, hizo dos regates y fabricó la mejor ocasión de gol, pero Karpin estrelló el balón en el larguero. Luego, Mostovoi se evaporó en la medianía de los suyos.

En éstas, cuando podía suceder que empatara el Celta o marcara el segundo la Real, mientras aquellos dominaban a duras penas y estos jugaban al contragolpe sin esconder la táctica, al partido le subieron las pulsaciones pero mantuvo la misma tonalidad ramplona y aburrida, con sucesivos desaciertos por ambos bandos.

Cualquiera con agallas podía desnivelar el signo del marcador, pero Kovacevic -¿quien si no?- su segundo gol y bajó el telón. El yugoslavo salió del campo conmocionado, para concederle un aspecto más épico a su actuación y provocar que todas las miradas le siguieran al margen de las insolentes patadas que sufría el balón.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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