Injusto, pero merecido
ACUSADO DE perjurio y obstrucción a la justicia, Bill Clinton se convirtió ayer en el segundo presidente de EE UU en 130 años que será procesado por el Senado para su eventual destitución. La Cámara de Representantes así lo decidió ayer. Resulta insólito que los congresistas hayan debatido y votado una decisión de tamaña magnitud cuando el presidente se halla dirigiendo una operación militar contra Irak, pero tan insólito es que Clinton la haya lanzado cuando estaba a punto de decidirse su procesamiento. La cuestión es ahora: ¿debe el presidente dimitir o, como pretende, aguantar dos años más y el juicio en el Senado, donde, hoy por hoy, no se dan los dos tercios necesarios para destituirle?Los arquitectos de la Constitución de EE UU limitaron el impeachment de un presidente, u otros altos cargos, a actos de "traición, cohecho, crímenes graves o fechorías", para delitos cuya naturaleza derive del cargo ejercido. Nada de esto se aprecia en este caso. Todas las acusaciones -pues la Cámara rechazó procesar al presidente por su testimonio en el caso Paula Jones y también la acusación de abuso de poder- se refieren al caso Lewinsky. ¿Lewinsky? Pero si la larga y costosa investigación del fiscal especial Kenneth Starr -siempre apoyado por grupos de la derecha americana más reaccionaria- partió del caso Whitewater y, pasando por otros, llegó a la conclusión de que no tenía ninguna prueba contra Clinton en los casos investigados, salvo en lo de la becaria. Clinton es acusado de mentir en un asunto civil. Aunque a un presidente haya que pedirle rectitud en su palabra y sus actuaciones, pocos casos de perjurio en asuntos civiles han llevado a causas criminales en EE UU. No es lo mismo que mentir u obstruir la justicia, como en el caso de Nixon y el Watergate, para tapar la investigación sobre espionaje político. El objeto del perjurio de Clinton poco tiene que ver con la política o con el ejercicio correcto de su cargo, aunque sí podría reprochársele, si se prueba, haber recomendado a la becaria para un empleo público. Su proceso podía haber esperado a que hubiera acabado su mandato.
Por otra parte, no parece políticamente muy adecuado, aunque sea legal, que una Cámara saliente -tras las elecciones de noviembre, el nuevo Congreso se inaugurará en enero- sea la que haya tomado una decisión de tal alcance. En parte, la culpa le corresponde a Clinton, que pensaba que la actual Cámara le favorecía. Pero en unos días el ambiente ha vuelto a cambiar, en su contra. Los congresistas han acogido el inicio de los ataques contra Irak como un intento de Clinton de ganarles por la mano y retrasar la votación. El hecho de que el ataque, en contra de lo anunciado, prosiga, e incluso se intensificara ayer, después de iniciado el Ramadán, cuestiona el valor de la palabra de Clinton. Finalmente, la renuncia de Bob Livingston a presidir la nueva Cámara, tras hacerse pública una relación adúltera, volcó a los republicanos dudosos a favor de recomendar el impeachment. Todo esto demuestra que esa democracia no puede funcionar con tal grado de interferencia de los asuntos sexuales sobre la política. No es compatible.
Aunque después del ataque contra Irak pueda haber la tentación de apoyar la dimisión de Clinton, es necesario mantener estos dos asuntos separados, por mucho que el propio presidente haya contribuido a mezclarlos; incluso ayer, cuando el jefe del Pentágono informaba de las operaciones mientras la Cámara votaba. La propia mezcla demuestra que el mundo iría mucho mejor con un presidente de EE UU que no estuviera procesado. A corto plazo, le vendría bien al mundo que Clinton dimitiera y dejara su puesto al actual vicepresidente, Al Gore. Pero con su dimisión la democracia americana perdería. Salvo que la situación se haga insostenible para Clinton, y se mostrara incapaz de seguir gobernando la mayor potencia del mundo por tener que dedicar un tiempo precioso a un largo y complicado juicio, es comprensible que el presidente aguante e intente un compromiso con el Senado que le evite una deshonra y sea una "respuesta proporcional", como afirmó anoche. Algo que la Cámara le había rechazado al echar abajo la propuesta de un voto de censura.
La Cámara ha votado básicamente siguiendo líneas partidistas, alejándose del concepto de imparcialidad que tendría que haber dominado su decisión. Le corresponde ahora al Senado, con sus componentes actuando como jurado prácticamente silencioso, juzgar al presidente en lo que será, por definición, un juicio eminentemente político, el juicio del siglo, que pondrá a partir de enero de nuevo en marcha el circo de los testigos y abogados. Cuanto antes se acabe esto, mejor para todos. De todas formas, Clinton se puede salvar de la destitución, pero su presidencia ha quedado absolutamente mancillada.
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