Sin respuesta a un tiempo voraz

Cuando los poderosos entran en crisis, el fútbol se agita para buscar respuestas, como si se sintiera incómodo ante el éxito de la clase media (Mallorca, Celta, Fiorentina, Aston Villa, Parma, Girondins). Todo esto sucede en una temporada donde los viejos dinosaurios han querido marcar diferencias en los despachos. En ese ámbito, en el de la influencia económica, son más poderosos que nunca. En el otro, en el orden estrictamente futbolístico, dan muestras de una debilidad insospechada.¿Cuál ha sido la reacción de los principales equipos europeos a los primeros síntomas de crisis? El pánico. Si algo les había hecho fuertes y prestigiosos era un cierto sentido de la estabilidad. Además de su poderío económico y su arrastre social, se les reconocía por su capacidad para marcar épocas. Lo han hecho a través de presidentes (Bernabéu, Agnelli, Berlusconi), entrenadores (Herrera, Cruyff, Shankly) o jugadores (Di Stéfano, otra vez Cruyff, Beckenbauer). Ellos fueron decisivos para establecer las sólidas bases que han convertido a sus equipos lo que son: enormes instituciones. No se puede negar que los grandes clubes se exponen a presiones de mayor calado. Por la exigencia de la historia y por las condiciones del mercado. No parece casual la intensidad de los seísmos que se producen en Madrid, Barcelona, Milán y Turín. Las cuatro ciudades son la sede de potentes periódicos deportivos, con el altísimo nivel de escrutinio que eso supone. Pero sorprende la fina chapa que defiende a los grandes portaviones del fútbol. No es que sólo les valga el éxito, sino que el éxito tampoco les sirve. El Madrid (campeón de Europa) despidió a Heynckes; el Juventus (campeón de Italia y subacampeón de Europa) pierde a Lippi; el Barcelona (campeón de Liga y Copa) quiere despedir a Van Gaal; el Inter (campeón de la Copa de la UEFA y subcampeón de Italia) ha destituido a Simoni; el Ajax (campeón de Holanda y ejemplo de estabilidad) ha tumbado a Morten Olsen; el Liverpool (otro gran club construido sobre bases firmes) ha liquidado a Roy Evans. Por ahí empiezan todos los problemas: el fútbol está preso de una voracidad implacable que impide marcar épocas, tener perspectiva, hacer historia. Se vive al día y se vive mal.
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