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Tribuna
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Más incoherencias

Lo peor que tiene cabalgar sobre un tigre es que uno nunca sabe cuándo puede bajarse del mismo sin arriesgarse a servirle de merienda, como Joan Romero debe de haber aprendido muy bien en los últimos tiempos, desde que empezó a jugar como aprendiz de brujo -desatando ambiciones personales y comarcales en un proceso con excesivos ribetes demagógicos- y acabó en la secretaría general del PSPV, teniendo que hacer frente a las promesas y propuestas que un tanto alegremente había formulado. Lo cual no es óbice para que ahora, con la necesaria moderación que la ética de la responsabilidad impone, sus actuales propuestas resulten coherentes con la propia mecánica que se deriva del proceso de designación de candidatos mediante unas elecciones internas o primarias. Porque si Almunia, al desencadenar inicialmente el proceso, hubiese tenido presente las elementales normas de planificación, tal como lo hacen militares o empresarios, debería de haber contemplado todos los escenarios posibles y todas las posibles respuestas, comenzando por la hipotética situación de un candidato que no cuenta con el poder orgánico pero sí con la legitimidad directa de su elección, que lo faculta para ser algo más que el vector de transmisión de ideas o programas elaborados sin su intervención directa. Y que le permite aspirar lógicamente a colocar en las listas electorales a un núcleo determinado de su estricta confianza para poder abordar con garantías las posibles situaciones de gobierno o de oposición, bajo la certeza de que el éxito o el fracaso le van a ser imputados personal y directamente. No es éste exactamente el caso de Romero que suma la doble legitimación orgánica y electa, aunque sea por la mínima pero suficiente mayoría en ambos casos, pero en tanto el final va a ser el mismo en cuanto a que le van a exigir que responda de sus actos al día siguiente de las elecciones, lo coherente sería posibilitar su tarea dejándole el prudente margen de autonomía tanto en la elaboración de las listas como en la confección del programa, que corresponde a su condición de candidato. Pero, a lo que parece, sus antiguos compañeros de viaje, Garcés y Asunción, no están por la labor si ésta significa pérdida de posibilidades para sus asociados en lo que, sin ningún vínculo, ideológico, ni siquiera simple afinidad, cada vez aparece más diáfanamente como un trust de intereses, una unión temporal de empresas políticas, sólo unidas por el asalto al poder interno y su corolario de reparto de cargos públicos. La política, concebida como la aspiración de gobernar para todos en nombre de una mayoría social que presta para ello su apoyo en las urnas, no tiene cabida en el oportunismo, salpimentado verbalmente de discursos radicales, de IS ni en la nada ideológica en que flota Asunción, convenientemente jaleado y apoyado por los medios de comunicación situados en la derecha más extrema, siempre dispuestos a ensalzar su mayor activo político: haber dimitido como consecuencia de una imperdonable negligencia que tuvo gravísimas consecuencias para su partido y su Gobierno. Sólo resta por ver si el reciente socio de Romero, Joan Lerma, presta su ahora indispensable apoyo orgánico de forma altruista o si todo tiene un precio. Pero esa es una incógnita que se despeja sin dificultad, bastará con un atento repaso a las primeras listas electorales del PSPV tras la supuesta renovación.

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