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Tribuna
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Dr. Kang

Tras unas sesiones de acupuntura, el doctor Kang, que está tratándome de los nervios, me ha recomendado la contemplación. ¿Cualquier contemplación? El doctor decidió proponerme, en primer lugar, la contemplación tenaz y exhaustiva de una hoja de árbol con el propósito de verla crecer. No opuse resistencia puesto que me intimida, pero él debió comprender, leyendo mis ojos, la magnitud de la tarea y cambió enseguida la clase de prescripción. En sustitución, podía contemplar las nubes, por ejemplo, y atender la variación de sus formaciones sobre el cielo. Esto parecía más hacedero, pero creo que ambos, a la vez, pensamos en la dificultad de mirar hacia arriba de forma contemplativa mientras se conducía por Madrid.Finalmente, el encargo se concretó en contemplar a la gente pasando. No mirar a una persona u otra en concreto, lo que podría conducir a pensamientos intrincados o a fantasías turbadoras relacionables con remotas pasiones o conflictos del alma, sino que la misión terapéutica aludía únicamente a contemplar el movimiento de una aglomeración. El fluir de los cuerpos o el paso compendiado de un gentío que también, como las nubes, adquiría, al azar, una u otra morfología. Esa misma tarde me dispuse a acometer la experiencia y pronto experimenté su cualidad, no fácil para una voluntad sin el debido adiestramiento. En mi primer intento, cuando traté de contemplar, me sorprendí, en cambio, observando y, al poco, escudriñando, de manera que en vez de lograr la pretendida serenidad me veía volcado a un imprevisto trabajo de inducción o exégesis que me afectaba de nuevo a los nervios. Se lo dije al doctor Kang y zanjó de esta manera. El objeto y el sujeto deben callar y ser uno solo en la reunión de la mirada. La observación hiere, implica o explica, pero es la contemplación la que sana, aplaca.

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