Nuestra joven Constitución
Después del bombardeo por saturación a que nos han sometido los medios acerca de "la Carta Magna, su juventud y su buena salud", quizá al lector le parezca enfadoso un artículo más sobre el tema. Pero es que, la verdad, después de tanta alabanza unánime a uno le dan ganas de ejercitar su capacidad crítica: algo debe haber detrás de tanto elogio, tanta ceremonia, y tanta hipérbole. Si tanto nos la ponderan y nos la venden, algún defecto tendrá. Yo creo que los tiene y bastantes. Pero también el crítico debe defenderse de las críticas, sobre todo cuando, como en este caso, pueden tener fundamento. Hay que admitir que toda esta adhesión inquebrantable a la Constitución tiene algunas razones muy legítimas. Hay una coyuntural que me parece ser la más poderosa hoy, aunque, dada su naturaleza de oportunidad política, no la más considerable. Hemos asistido recientemente a fuertes ataques de partidos nacionalistas a la Constitución, en cuanto ésta afirma la indivisibilidad de la nación española y no deja resquicios aparentes a la co-soberanía. Vaya por delante que mis simpatías templadas están con esta defensa de la Constitución, aunque el lenguaje de su artículo 2º sea un poco truculento. Es más que evidente que el número de españoles que quisieran ver cambiado este artículo 2º es ínfimo, aunque estén relativamente concentrados geográficamente. Una cesión en este sentido sería un atentado contra la democracia y contra el sentido común.La Constitución tiene otra defensa, más pragmática pero también más respetable. Esta defensa es, simplemente, su permanencia. Parecerá un argumento ramplón, pero no lo es tanto si recordamos que constituciones, cartas fundamentales, y leyes supremas de tipo similar ha habido en nuestro país cerca de una decena en dos siglos, y no quiero intentar dar una cifra exacta porque ha habido algunos de estos documentos (sin contar los proyectos nonnatos) de dudosa vigencia. Si no me equivoco, sólo la Constitución canovista de 1876 estuvo vigente durante más tiempo, por lo que la tan sobada "Carta Magna" de 1978 está teniendo una vida bastante larga para documentos españoles de su naturaleza (pese a la reciente machacona insistencia en que es "muy joven"). Pero también hay que tener en cuenta que la longevidad constitucional, como la de un automóvil, es prueba de sólida construcción y adecuación a las necesidades del consumidor. Sin embargo, la Constitución de 1978 tiene graves defectos, y la defensa de sus virtudes no debe tornarnos ciegos a sus deficiencias. Quizá la más grave de ellas sea ser un documento muy de su tiempo, y estar hoy ya un poco anticuada. Será muy joven, pero su vida agitada la ha hecho envejecer deprisa. Hija de su momento, es larga y prolija en los derechos y las garantías, hasta la contradicción y la inoperancia. Es contradictorio, por ejemplo, que tras proclamar una economía de mercado se garantice una remuneración suficiente (las necesidades son algo muy elástico) o una vivienda digna y adecuada. Son aspiraciones muy loables y deseables, pero no pueden ser objeto de una garantía constitucional. El prohibir la especulación del suelo (artículo47) es un simple disparate. Es evidente que los "padres de la Constitución" no tenían ideas económicas claras cuando la redactaron. Todo el capítulo3º del TítuloI está pidiendo a gritos una revisión y una poda. Y hay mucho más. La apoteosis de la contradicción se encuentra en un documento que, puesto a garantizar tantas cosas, garantiza la igualdad de sexos en el trabajo y luego establece la preferencia de los varones para la sucesión a la Corona. Nuestra Constitución nos recuerda aquellas fotografías de los días en que se aprobó, llenas de políticos melenudos y con pantalones de campana, tan lejanos ya en el tiempo. Se trata de un documento bienintencionado, pero si ha durado no es por sus virtudes, sino por virtud de la sociedad en la que vive: un país burgués, de nivel de vida más que aceptable, estable social y políticamente. No atribuyamos al ave constitucional plumas que no son suyas. Llamemos a las cosas por su nombre: ni la democracia española ni su Constitución son modelos irreprochables. Si las cosas van funcionando es porque la sociedad es próspera y se desarrolla. Pero al desarrollarse cambia, y va dejando atrás un texto que se anquilosa a ojos vistas y está cada vez más necesitado de enmienda. Si no pensamos seriamente en reformar la Constitución ésta quedará cada vez más desfasada, constreñirá a la sociedad como la piel a la serpiente; si no es elástica, acabaremos por descartarla o, lo que es peor, quedará inoperante, como lo están ya muchas zonas de su articulado. Pero en España es escasa (por no decir inexistente) la tradición de reforma constitucional. Preferimos hacer como las serpientes y descartar la prenda vieja en vez de reformarla. Y, sin embargo, la capacidad de adaptación gradual de la Constitución a medida que la sociedad cambia es una gran prueba de madurez que debemos ser capaces de afrontar. Mientras no lo hagamos, la Constitución será un vejestorio y nuestra democracia menor de edad.
Gabriel Tortella es catedrático de Historia Económica de la Universidad de Alcalá de Henares.
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