"Recibí amenazas e insultos por mis memorias"
Hay motivos para que más de uno se eche a temblar. Jesús Pardo (Torrelavega, 71 años) ultima el segundo tomo de sus memorias. La primera entrega, el extraordinario y durísimo Autorretrato sin retoques, va por la cuarta edición. El escritor es, además, un destacado novelista. Pardo ha participado en Granada en el Congreso de Escritores, que concluyó el pasado sábado.Pregunta. ¿Habrá alguien interesado en que no publique el segundo tomo de sus memorias? Respuesta. Sería curioso. Precisamente he recibido de Sevilla, de la librería Renacimiento, el Index Librorum Prohibitorum de León XIII, un catálogo de libros prohibidos en el que el Pontífice prohibía todo Clarín, todo Flaubert, todo Balzac. Le sirvió de poco, porque a León XIII ahora no se le lee ni para estudiar latín. P. ¿A qué atribuye el éxito de Autorretrato sin retoques? R. Quizás a que era un libro de memorias escrito estrictamente de memoria. Sólo hice una llamada teléfonica a Buero Vallejo para preguntarle por una anécdota. En lo que cuento, no me caso con nadie ni tampoco hablo de la gente de oídas. Sólo de lo que vi con mis propios ojos. En España, la mayor parte de las memorias se escriben para quedar bien con los amigos o para que te suban el sueldo. P. ¿Le retiró alguien la palabra? R. Recibí tres amenazas y dos llamadas telefónicas insultantes, pero que yo sepa nadie me ha retirado la palabra. Pero soy bastante huraño y veo a poca gente. Emilio Romero me mandó un recado por un amigo común: "Ésta no te la perdono". Le dije al mensajero que no era mía la culpa, que me hubiera dejado mejores recuerdos. P. ¿Cómo era la vida literaria española que usted descubrió? R. Yo llegué a Madrid con 22 años, hace casi medio siglo. Era una vida literaria muy extravertida; la actual es introvertida. Era una vida de café, la auténtica vida literaria. Hoy, la vida literaria es más de congresos y mesas redondas. Antes, había quien acudía a cuatro tertulias diarias. El que no aparecía por el café Gijón se notaba tanto que su ausencia era una forma de presencia; se hablaba de él por no estar. P. ¿Fue muy brusco el cambio cuando llegó a Londres? R. Yo llevé una vida inglesa desde el principio. Pero esos hábitos ingleses, europeos, se estaban incorporando a Madrid. La vida económica es la que influye en las costumbres. Empezaron a construirse barriadas en las afueras de Madrid; ir al café ya no era ir a la esquina; había que hacer trasbordo de autobuses. Cuando volví de Londres, Madrid era una ciudad europea. Cuando se murió Franco, salió a la superficie una España subterránea que estaba latiendo. Por debajo de los curas y de la policía, de los militares, había una España emergente. Todo lo que salió a la superficie no se improvisa a la muerte de un dictador. No salieron sólo los partidos políticos; salieron nuevos hábitos, una vida sexual bastante europea, chicas que se reían de todo el mundo como las chicas inglesas. P. ¿Qué imagen imperaba de España en Londres? R. En la sociedad londinense, este país no existía excepto como fuente de curiosidades exóticas. P. ¿Y sentían hacia Franco un desdén similar al que sienten por Pinochet? R. A Franco se le tenía un desprecio olímpico. Es una mirada muy habitual en los países imperiales; nos pasó a nosotros con los indígenas, a los romanos con sus súbditos, a los rusos con los suyos. A Franco sólo se le consideraba interlocutor para acuerdos económicos o comerciales. P. El Fraga embajador en Londres es uno de los personajes de su libro... R. Al final estaba obsesionado por una llamada de Madrid que nunca llegaba. Fraga quería ser presidente de la Tercera República española. El teléfono no sonó y se tuvo que volver. Terminó de presidente de la Xunta de Galicia, que es un poco menos que presidente de la Tercera República. Fraga me puso en la lista negra y me tachó de la nómina de invitables a sus recepciones. El motivo fue que en una ocasión un comensal británico me preguntó por el inglés de Fraga y yo le respondí que cuando lo hablaba no se le entendía nada. Se enteró y le sentó muy mal. Es verdad, se trabucaba y se comía las sílabas. P. ¿Participó en la vida literaria inglesa? R. Como observador. Había clubs donde algunos escritores iban a jugar al ajedrez, a tomar copas o ver si ligaban. Era una vida casera. El clima es muy áspero. Como vivir en Toledo o Guadalajara, y esa cosa es muy seria. P. ¿Se mascaba en la calle el contencioso de Gibraltar? R. En aquella época, estaba desacreditado por ambos lados. Franco quería Gibraltar por razones políticas, no patrióticas. Los ingleses nunca le dieron importancia a las reivindicaciones, salvo una vez que enviaron un par de cruceros al peñón. Si a España se le hubiera ocurrido romper la verja y presentarse con un regimiento, al día siguiente los ingleses dejan Sevilla plana. Era un duelo desigual entre un ejército medieval y uno de los mejores ejércitos del mundo. P. ¿Su trayectoria literaria es una vocación tardía? R. Sí y no. Yo empecé a escribir a los seis años una novela de piratas. Padecía de grafomanía y legomanía. He sido un lector y un escritor obsesivo. Yo quería ser novelista y no periodista. Me hice periodista porque no me salían las novelas. Me pasé 20 años en Inglaterra de corresponsal. Juan Aparicio, director general de Prensa, un fascista técnicamente hablando, me mandó a Londres. Los corresponsales éramos las vedettes. Había cola para quitarnos y esto me adormeció mucho, me dejé halagar por una situación frágil y efímera. P. José Hierro, flamante Premio Cervantes, es medio paisano suyo... R. De joven, Hierro era muy izquierdista pero estaba muy mal de dinero. Trabajó como poeta en la revista Proel, que dirigía Reguera Sevilla, falangista y jefe de la censura. Se impuso a sí mismo no hablar de política y no tuvo que bajarse los pantalones ni una sola vez. Estas cosas pasaban mucho en el régimen aquél; no era tan blanco y negro como muchos creen. La casa de putas de Madame Theddy en la calle Gravina de Madrid la bendijo un sacerdote con casulla e hisopo. Después dijo que creía que era una pensión, pero ya estaba bendecida con sus hisopazos. P. ¿Qué abarca el segundo volumen de sus memorias? R. Desde los 49 años, cuando acaba el primero, hasta que me jubilo en Efe con 60 años. Voy a incorporar un epílogo. Estoy dedicando el año Lorca a escribir un diario en el que apunto todas las cosas que noto de mi decadencia física y mental. Debe ser el primer caso en la literatura española. Es como un camino hacia la muerte, un proceso de descomposición póstuma que me está divirtiendo mucho. P. Y de paso, se adelanta a la maledicencia, a las infamias ajenas... R. No hay infamia en envejecer y morirse; lo que hay es mala hostia.
"Si la España de Franco hubiera invadido Gibraltar, los ingleses hubieran dejado Sevilla plana"
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