Clandestinidad
Dentro de cien años, la alcaldesa de Valencia será un yacimiento arqueológico, un pensil de azaleas y violetas de tungsteno y un álbum de fotografías desvaídas. Las gentes que visiten los vestigios de la modernidad paleourbana y curioseen las imágenes sepias de Rita Barberá, se preguntarán quién fue aquella mujer abrupta y sonriente: ¿una sacerdotisa del recién restaurado templo de una muy honorable divinidad?, ¿una vendedora de repollos del mercado de verduras?, ¿una soprano?, ¿o una vigorosa y laureada atleta de la antigüedad? Dentro de cien años, el 2000 será un pasado remoto, confuso y bárbaro, donde los más fuertes, en vez de dialogar con los habitantes de las aguas o de los barrios, los sacrificaban, los sazonaban y los deglutían, en unos ritos supersticiosos y en medio de una retórica solapada. Los historiadores de entonces lo van a tener muy crudo. Pero si Rita Barberá languidecerá en el enigma de un nombre y de un jardín aéreo y melancólico, más generoso se mostrará el futuro con el alcalde de Alicante, después de las intrépidas y deslumbrantes revelaciones que hizo públicamente en los actos conmemorativos del vigésimo aniversario de la Constitución. Cuando ya nadie daba ni un duro por una ficha de dudosa reputación democrática, ensombrecida por la supuesta abdicación de sus responsabilidades al frente de la corporación provincial, en la noche de Milán del Bosch, y por ciertas desafortunadas actuaciones empresariales, cuestionadas por sus adversarios políticos, Luis Díaz Alperi declaró paladinamente lo que durante años había mantenido en la más digna y humilde discreción: en las postrimerías del franquismo, él cumplió su horario de clandestinidad. La oposición se ha quedado de una pieza. El alcalde le ha propinado una lección de resistencia ante la dictadura. Y ahora andan investigadores y biógrafos desconcertados, y no tratan más que de enmendar la plana y de indagar dónde estaba y cómo era esa clandestinidad tan rigurosa. Veremos qué encuentran. Pero Luis Díaz Alperi ya será una estatua ecuestre. Cuando dentro de cien años, las gentes admiren el corcel brioso y corpulento, sabrán que también en el 2000 hubo héroes. Los alcaldes y alcaldesas son criaturas efímeras y muy sufridas. Pero en ocasiones, la posteridad los enaltece y descubre su más noble estampa.
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