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Incoherencias

Unión Valenciana acaba de realizar un acto insólito en los anales parlamentarios normalizados, votar en contra -siquiera parcial y anecdóticamente- de un proyecto de ley aprobado por un gobierno en el que tiene una presencia importante numérica y presupuestariamente hablando. No es la primera vez en otros asuntos y podremos ver reiteraciones en los próximos meses, conforme se acerquen las elecciones, de lo que supone un claro acto de deslealtad política, rayano formalmente en la incoherencia y el desatino o desacato institucional. Existen diversos grados mediante los cuales un partido de la minoría puede prestar su concurso a otro en minoría mayoritaria para facilitar la formación de un gobierno. Sin entrar en bizantinismos taxonómicos, no cabe duda alguna de que el nivel máximo supone aceptar integrarse, responsabilizarse y solidarizarse con él, o sea, la fórmula de gobierno de coalición que forman entre nosotros el PP y UV. Porque, pese al socorrido y desgastado latiguillo del pacto del pollo -tan resultón política y periodísticamente hablando- entre estos partidos no hay ni acuerdos puntuales, ni pactos de legislatura con apoyos definidos y concretos a lo largo de la misma. Dos miembros de UV se integran en el gobierno valenciano y son política, administrativa, incluso penalmente hablando, corresponsables de sus decisiones, por lo que su grupo parlamentario no debería ni plantearse votar en contra del gobierno en ningún asunto, máxime tratándose del acto más importante del ejecutivo, como es conseguir la aprobación del presupuesto. Y de esto son conscientes Villalba y Zaplana, como lo fueron González Lizondo y el ahora presidente cuando pactaron su acuerdo político entre dos formaciones parlamentarias porque, bromitas aparte, uno ya no tiene edad de creerse las patrañas, primitiva y encantadoramente seudomarxistas, de unos empresarios actuando en última instancia como parteras del primer gobierno valenciano de derechas. Un respeto, oiga, y una cierta consideración a la autonomía política de la derecha, que también existe aunque uno le eche arrobas de materialismo dialéctico, versión Marta Harnecker. Por mucho que esta versión pueda halagar el ego de Federico Félix o del finado, política y socialmente hablando, Jiménez de la Iglesia. Cierto que un partido minoritario como Unión Valenciana necesita diferenciarse, pero ese afán tiene su última concreción en abandonar su carácter de socio coaligado en un gobierno, como ha venido siendo habitual en la historia política europea, lo cual que ni quieren ni pueden. Por tanto, la incógnita a despejar consiste en dilucidar por qué Zaplana, cada vez más crecido y sobrado políticamente, acepta estas ignominias parlamentarias de un socio que, una vez aprobados los últimos presupuestos de la legislatura, le es perfectamente prescindible. Que las votaciones de UV en las Cortes contra el gobierno no son más que pura escenificación teatral quedaría perfectamente en evidencia si a partir del día 2 de enero de 1999 Zaplana cancelara su colaboración gubernativa y demostrara palpablemente a quienes han hecho de su carnet de UV una vía de acceso al puesto de trabajo que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Porque, dada la voracidad de UV -y las escasas perspectivas electorales del PSPV- uno puede llegar a plantearse si no sería preferible, fiscalmente hablando, una mayoría absoluta del PP. ¿Saben ustedes lo carísimo que resulta un gobierno de coalición?

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