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El empecinado

El frío que cruza el estos días el País Valenciano puede obligar a la ciudadanía a cerrar la boca, por mor de cuidar las gargantas. Aunque las bajas temperaturas no imponen silencio, que el silencio lo impone el olvido. Y aquí se nos olvida con frecuencia que tenemos un litoral marítimo deteriorado durante décadas por la especulación y un salvaje urbanismo; por donde la Sierra Espadán se nos olvidan las ultrajadas Peñas Altas o Peñas Aragonesas; las agresiones cotidianas y chulescas al Marjal de Pego, se nos olvidan, y el olvido y el silencio son ahí algo más que una vergüenza europea. Son silencios y olvidos, en primer lugar, de quienes nos gobiernan desde la Generalitat valenciana, pues la responsabilidad primera recae en ellos a la hora de cuidar y preservar los ecosistemas y los parajes naturales autonómicos. Y el diablo sabrá con qué se encontrarán las futuras generaciones de valencianos; que a ellos, a nuestros gobernantes, les importa algo menos que un rábano o comino que las truchas americanas devoren hasta su extinción en el río Serpis nuestros fartets y samarucs autóctonos. Pero no siempre es así. José Bono, el empecinado, ni calla ni arrastra el fantasma de una maltrecha conciencia medioambiental. Obstinado y terco, el presidente autonómico de nuestros vecinos manchegos habló, con el necesario apoyo social tras él, y se salvaron abedules y avutardas, corzo y jara, quejigos y buitres negros en el ahora parque nacional de Cabañeros. El ejército tenía previsto allí un campo de maniobras y una diana para el tiro; los militares buscaron otras soluciones, y ahí están las cigüeñas negras y los alcornoques a escasas horas de nuestros domicilios si viajamos por el vial faraónico de Contreras, recién puesto en servicio. De hoz y de coz, es decir, sin reparo y sin miramiento, se plantó el manchego Bono, y tras él un sector amplio de la ciudadanía, para salvar esos desfiladeros profundos, esas gargantas y tajos que configuran las Hoces del Cabriel, tan vecinas que también son nuestras; y ahí está el pino y el brezo, y unos de los parajes agrestes más bellos en suelo hispano. Una sonrisa pícara se dibujaba en el rostro de José Bono ese otro día. Desde Contreras miraba el empecinado Bono hacia el sur, hacia donde las Hoces. Y mientras -sin reparo y sin miramiento para con las decenas de millones que costó a las arcas públicas el acto-, nuestro autonómico presidente inauguraba el necesario y faraónico vial que cruza el pantano valenciano-manchego. Y el frío no cerró la boca de nuestro Eduardo Zaplana ante las cámaras, y nos habló de agravios históricos solucionados y de la bondad sin par de las acciones de gobierno del PP. Y tiene razón Eduardo Zaplana, porque Ramsés construyó su pirámide solo y con sus manos, sin arca real y sin obreros, tal y como Felipe II construyó El Escorial. Y es que aquí no es el frío quien cierra las bocas, sino el olvido. El olvido del Marjal de Pego, el olvido del samaruc o el olvido de los accidentados durante la construcción del necesario y faraónico vial, el olvido del necesario y loable empecinamiento de José Bono por mor de salvar las Hoces.

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