La Haya funciona
LA COMPARECENCIA mañana del general serbobosnio Radislav Krstic, acusado de genocidio, ante los jueces de la ONU que investigan en La Haya los crímenes de guerra cometidos en la antigua Yugoslavia, marca un hito en la trayectoria de un tribunal en el que nadie creía cuando fue puesto en pie por el Consejo de Seguridad, en 1993. No sólo porque es el militar de más rango en poder de los jueces internacionales -jefe del 5º Cuerpo de Ejército serbobosnio-, sino porque su testimonio puede abrir la espita de la cadena de mando que conduce a los responsables últimos de las atrocidades cometidas en Bosnia e iluminar de paso la caída de Srebrenica, una de las más siniestras páginas contemporáneas. Este enclave musulmán fue asaltado por las tropas del general Ratko Mladic en julio de 1995, con Krstic a su lado, siguiendo órdenes del entonces presidente, Radovan Karadzic. Ante la pasividad de las fuerzas holandesas de la ONU que teóricamente lo protegían, miles de civiles indefensos fueron pasados por las armas, y sus cuerpos, arrojados a fosas comunes. Karadzic, junto con Mladic la pareja más buscada por el alto tribunal, felicitó ese mismo año públicamente al ahora inquilino de la cárcel de Scheveningen por su trabajo en Srebrenica.El general Krstic fue detenido sin resistencia el jueves por fuerzas estadounidenses de la OTAN cerca de Bijeljina, en la República Srpska, gracias a un auto de acusación secreto dictado el mes pasado por la fiscal jefa Louise Arbour. Este procedimiento ha sido utilizado con éxito por los jueces de La Haya para evitar la huida de sospechosos buscados por el tribunal y cuyos nombres son conocidos de todos. Y de paso, para acallar críticas sobre el hecho de que personas a quienes se considera culpables no estén en las listas públicas de los perseguidos. Tras más de cuatro años de penoso trabajo, el tribunal para la antigua Yugoslavia está cumpliendo dos tareas fundamentales: individualizar las culpas, de manera que el fardo de la responsabilidad colectiva no bloquee la reconciliación entre los enemigos, y demostrar que la búsqueda de la justicia no es incompatible con un proceso de pacificación. El mecanismo de la justicia internacional se ha apresurado últimamente. El Consejo de Seguridad ha aprobado la elección de nuevos jueces, se han añadido dos salas para acelerar las vistas, las 24 celdas del tribunal están llenas y Scheveningen acoge ahora a los excedentes. La semana pasada comenzó el juicio de Goran Jelisic, autodenominado el Adolf serbio, detenido por la OTAN en enero y acusado de genocidio por su papel en la muerte de 12 musulmanes y croatas en 1992.
Es cierto que en La Haya siguen sin estar los grandes responsables de las atrocidades cometidas en Bosnia y Croacia. Pero la captura de Krstic y la decisión de la fiscal Harbour de "llegar tan arriba en la cadena de mando como lo permita la evidencia" sugiere que el cerco se va estrechando. Y auguran malos tiempos para quienes, en volandas de un nacionalismo enfermo, planificaron y ejecutaron los crímenes más abominables cometidos en Europa después de los nazis.
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