Augures
Quién lo iba a decir: tantos años buscando interlocutores con credenciales, mediadores, vías noruegas, gerryadams, terceros espacios, cuando lo único que hacía falta eran augures. Con ocasión de la apertura del nuevo curso del Parlamento vasco surgido tras las elecciones del 25 de octubre el portavoz de Euskal Herritarrok justificó su radicalmente nueva disposición parlamentaria porque estamos en "otro ciclo político". En la mayoría de las culturas, la elección del momento propicio era una de las más trascendentales tareas y estaba reservada a sacerdotes y demás personajes especializados en las relaciones con "el otro lado". El momento propicio para iniciar la siembra o la cosecha, para consumar las uniones matrimoniales o para recibir en la comunidad a los nuevos nacidos; el momento apropiado para viajar. Ahí está el famoso himno del Eclesiastés: "Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo el matar y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir y su tiempo el edificar. Su tiempo el lanzar piedras y su tiempo el recogerlas. Su tiempo la guerra y su tiempo la paz". Gestionar los tiempos, se dice ahora con ese lenguaje melifluo de tecnócrata que todo lo invade. Por cierto, que también el ministro del Interior, Mayor Oreja, lleva tiempo ejerciendo de augur: diga lo que diga el resto del mundo, sólo él sabe cuál es el momento propicio para poner fin a la dispersión. Es lo malo de los augures: instalados en la tautología, no hay nadie capaz de enmendarles la plana cuando de interpretar los signos se trata. Ahora es el momento porque lo digo yo; lo digo yo porque ahora es el momento. Siempre he destacado el papel esencial desempeñado en la denominada violencia política por la aprehensión subjetiva de la realidad: el recurso a la violencia como instrumento de lucha política tiene más que ver con la percepción subjetiva de la realidad que con la realidad misma. Lo mismo ocurre con su cese. La violencia de ETA no se relaciona necesariamente con ningún problema político, ni siquiera con el problema político derivado de la siempre abierta cuestión de las relaciones País Vasco-España. Con otras palabras: no es cierto que exista violencia porque hay problemas políticos. La violencia de ETA solo es necesaria si se comparte una determinada mirada sobre esos problemas políticos. La violencia de ETA sólo es política porque nace y se alimenta de un determinado análisis político, pero no porque responda necesariamente a un problema político. Entre cualquier hecho político y el recurso a la violencia no hay una relación necesaria e inmediata, sino que existe un elemento intermedio que hace de puente entre ambas. La violencia sólo se convierte en instrumento político en base a una determinada visión de la realidad de Euskal Herria. Pero las visiones de la realidad son premisas, conjuntos articulados de creencias acerca del mundo, las personas, la sociedad; supuestos implícitos de los que necesariamente se derivan conclusiones distintas y enfrentadas sobre una amplia gama de problemas. Las visiones son, sobre todo, una forma de causación: son la base a partir de la cual se buscan los porqué de las cosas. En este sentido, las visiones no dependen de los hechos: pueden mantenerse a pesar y hasta en contra de los hechos. Por lo mismo, también pueden cambiarse al margen de los hechos. Y ahora, por lo que parece, esa visión ha cambiado. Es el tiempo de la política. ¿Por qué ahora?, ¿por qué no el día anterior al asesinato de la última víctima, o de la penúltima, o de la antepenúltima? Son interrogantes obsesivos que sólo los augures pueden responder. ¿Nos lo explicarán algún día? Temo que no: ningún mago descubre sus trucos, ningún augur desvela sus prospecciones. Bienvenida sea, en cualquier caso, esta nueva etapa. Te saludo: agur, augur. Lastima que para rastrear la llegada del nuevo ciclo hayan recurrido tan a menudo a escudriñar vísceras humanas en vez de conformarse, como se hacía en otros tiempos, con destripar al más humilde y sufrido pollo.
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