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El artista que muerde la mano que le alimenta

"No soy un cínico. No estoy en contra de todo. Es el contexto del arte el que me vuelve cínico. Hay una doble moral. El arte se está volviendo cada vez más elitista y fascista. El rol del artista es morder la mano que le da de comer". Lo dijo ayer Manuel Ocampo en la presentación de la exposición de sus obras que puede verse hasta el 31 de enero en la Sala Molí de Tecla Sala, en L"Hospitalet (avenida de Josep Tarradellas, 44). La exposición, que se presentó anteriormente en una galería de París y un centro de Londres, se títula así: Por qué tengo que preocuparme por una chica que se rasca donde le pica. Un siglo y medio de arte moderno en doce pasos. Parte de los cuadros, sin bastidor y algunos de ellos reversibles, están en el suelo. Pueden pisarse. Están para que se pisoteen. Pero, claro, también están a la venta, y a juzgar por el múltiple apoyo que recibe el artista de críticos y especialistas, parece ser que plásticamente sus obras tienen gran valor. Para muchos, Ocampo es un indiscutible valor artístico en alza. Materialmente, los cuadros del suelo valen entre 10.000 y 20.000 dólares -entre 1,4 y 2,8 millones de pesetas-, lo que, entre otras cosas, justifica que se le esté ya comparando con Basquiat. "Si alguien rico lo compra todo, al menos alguien menos rico lo habrá pisado", dice el artista. Manuel Ocampo nació en 1965 en Quezon City, Filipinas; se formó artísticamente en Estados Unidos, ha residido un tiempo en Roma, lleva dos años viviendo en Sevilla y el próximo año piensa volver a California. En Filipinas realizó historietas y también aprendió a copiar la pintura colonial de misioneros, que vendía después a turistas ávidos de exotismo. Ya en California completó sus estudios universitarios -en sus obras queda clarísimo que conoce a la perfección los mitos y las bases de la teoría y la plástica de vanguardia; sus ironías y críticas al respecto son evidentes-, participó en fanzines undergrounds -algunas de las obras que ha realizado para Tecla Sala, dos grandes murales en blanco y negro, utilizan una estética muy parecida a la que puede encontrarse en numerosos fanzines ácratas de línea dura- y comenzó su pelea con el complicado entramado del mercado del arte. En la exposición, que en buena parte es autorreferencial respecto al mundo y la historia reciente del arte, presenta colgados en una de las paredes los fax que ha intercambiado en los últimos tiempos con diversas galerías, y si se tiene la paciencia de leerlos, puede apreciarse el tipo de negociaciones que hay que realizar para conseguir un lugar en ese mundo. La pintura de Ocampo, cuando es figurativa, está llena de símbolos fuertes en los que predominan, por ejemplo, las esvásticas, asociadas a veces a imágenes de Cristos o al mundo del arte; retretes llenos de excrementos situados en el centro de mundos a punto de explotar, y signos supuestamente multiculturales igualmente sacados de su habitual contexto confortable. "El multiculturalismo es el mercado global", afirma. "Se usa como un medio de acomodarse al mercado, no para transformar la sociedad. Mi verdadero deseo es romper el centro, crear muchos centros" . No se considera original -"éste es un concepto occidental"- y se define a sí mismo como "un pintor de carteles glorificado".

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