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Blasco (s) Ibáñez

A tres de los pocos más especialistas en el Blasco Ibáñez político nos colocó la organización del reciente congreso La vuelta al siglo de un novelista el mismo día, con el fin de que tuviésemos la ocasión de oírnos y escucharnos en nuestras respectivas ponencias; y, desde luego, eso hicimos. Hasta tal punto seguimos el guión de nuestras comparecencias que los profesores Cucó y Reig viajamos en barca por la Albufera y hasta compartimos un excelente perol en un restaurante del puerto de Catarroja. Un poco sorprendidos del éxito de la convocatoria y bastante aislados de los núcleos de mayor interés congresual, el aula de la UIMP en el Palau de Pineda tan apenas dejó oír su voz en nuestras intervenciones, porque, la verdad sea dicha, el grueso de los participantes oyentes estaban más por la literatura, el cine, los viajes o las opiniones artísticas de Blasco que por nuestra ya legendaria pero modesta polémica sobre lo que habría significado Blasco en la configuración de la política contemporánea valenciana, y, más concretamente, en la que se desarrolló en el ámbito de influencia de la capital del viejo reino, Valencia. Por ello, y a pesar de que el profesor Cucó pensó que intervenir en el coloquio de mi intervención podía motivar cierta disuasión en la curiosidad de los presentes, y él no lo hizo, tanto en la ponencia del profesor Reig, como en la suya de la tarde, el debate tuvo cierta brillantez e, incluso, algo de tirantez entre los participantes. Reig desempolvó de sus ya clásicos libros sobre el blasquismo la lectura crítica sobre las deficiencias del discurso político blasquiano, tomando ahora el pretexto del modelo de ciudad que alumbró para cargar sobre el líder y sus deudos una cierta responsabilidad por la marea de plebeyismo que se habría cernido sobre la ciudad, que estaría en el origen de ciertos comportamientos bárbaros aún persistentes en la política valenciana actual. Cucó, por su parte, disparó, sin perder su provecta adicción a nuestra común adherencia a la cultura francesa, los viejos dardos contra el inopinado españolismo de Blasco y del blasquismo, afinando ahora en los trazos antiguos el paralelismo del constructo nacional blasquiano con el de sus contemporáneos, quizás antecedentes, teorizadores del Estado-nación francés, levantando la vena polémica del profesor Oleza, director del congreso, comedidas circunspecciones de Reig, mientras yo, cada día más adepto de la corrección política que se esconde en las adjetivaciones contundentes, me limité a ponderar un Blasco memorable, sin peros, el de la oposición frontal a la dictadura de Primo de Rivera y el del programa republicano que a partir del 14 de abril quiso abrirse paso, después de tantos siglos de mendacidad y dominio de clase. Pero el protagonismo del congreso sólo dejaba un pequeño espacio para airear nuestros Blascos políticos, y ni siquiera la prensa se hizo eco de nuestro reservado debate. No hubo resúmenes realizados por la organización, y apenas Reig y yo fuimos preguntados por la TVV; yo, por cierto, sobre si Blasco fue o no del 98, y poco más. El resultado de nuestro encuentro me advierte que urge volvernos a reunir para hablar exclusivamente del Blasco político, y espero que pronto, constituir con Cucó y Reig lo que habrá de ser un grupo más amplio de discusión permanente sobre la política valenciana en el siglo XX.

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